Hace unos meses largos ya, mientras observaba una nueva temporada de la serie humorística-detectivesca Only Murders in the building, uno de los personajes, interpretado por Paul Rudd, que hacía las veces de un actor narcisista y algo maltratador, poseía en el centro de su penthouse un enorme retrato realizado por el dúo argentino Mondongo.
Fue antes de la primera presentación de las tres, que el célebre dueto artístico realizó en el país en 2024: el diálogo con Manifestación de Berni en el Malba (ya cerrado), la retrospectiva de retratos en la torre Macro (hasta el 13 de diciembre) y, la recién estrenada, muestra Sin título, en Arthaus Central, disponible hasta marzo de 2025.
La historia de Mondongo es conocida. Pero para los desprevenidos, es un colectivo artístico formado en 1999, actualmente compuesto por Juliana Laffitte (Buenos Aires, 1974) y Manuel Mendanha (Buenos Aires, 1976), quienes han explorado la relación entre la materialidad y la imagen en sus obras.
Utilizando materiales poco convencionales como espejitos de colores, galletitas dulces, pan, carne, hilos y plastilina, crean escenas que van de la ironía la crítica social, siempre con un entretejido narrativo. En ese sentido, la elección de materiales no es arbitraria; cada uno es seleccionado en función de su contenido y significado, lo que añade una capa más de lecturas a sus obras.
Desde sus inicios, captaron la atención internacional y sus obras viajaron por los más importantes museos del mundo y se encuentran en las colecciones de varios de ellos. Hacer una lista sería redundante. En 2003, por ejemplo, fueron noticia por sus retratos a los ex reyes de España, Juan Carlos y Sofía, ya que como Andy Warhol realizaron obras, en paralelo a su producción, a pedido de distintas personalidades.
La factura del grupo es indiscutible. Prácticamente, inventaron algo cuando todo estaba inventado o, mejor dicho, supieron construir una nueva herramienta estética y discursiva a partir de materiales por todos conocidos. Su obra no solo es original, sino también que al observarla se revela hiper laboriosa.
En Sin título, en Arthaus, se observan en la Sala 1, un video que muestra la serie completa de las 12 calaveras, ofreciendo una visión integral de esta parte del trabajo que se inscribe en el género artístico, con siglos de existencia, de las vanitas, que pone el foco en lo efímero, la fragilidad de la existencia con la muerte como destino inevitable, más allá de los placeres mundanos.
A continuación pueden observarse dos de estas obras, Calavera II y Calavera VIII, construidas en plastilina sobre madera, consideradas por los artistas como “grandes contenedores del infinito”, que formaban parte de importantes colecciones privadas en Bélgica y Estados Unidos.
Las piezas proponen una inmersión a la cultura de la humanidad, con referencias tan amplias en la II como “El sueño de la esposa del pescador”, xilografía erótica (shunga) de Hokusai, a “El almuerzo sobre la hierba” de Manet o “La civilización occidental y cristiana”, de León Ferrari, en el lado del arte, o personajes históricos como Darwin, Perón, Borges, Napoleón, Einstein o del cine y la TV como Chaplin, Los Simpson, Buzz Lightyear, Los Pitufos, Blancanieves y sus 7 enanos, un White trooper o la bruja mala del Oeste del Mago de Oz, por solo nombrar algunos al azar.
“Todo lo que una vez fue vivido directamente se ha convertido en una mera representación”, escribió Guy Debord, en su clásico La sociedad del espectáculo, un texto de finales de los ‘60, pero que, en épocas de redes sociales, centrada en la construcción del parecer por sobre el ser, en vez de caer en el olvido toma aún más relevancia.
Debord propuso una reinterpretación del concepto del fetiche de la mercancía de Marx al aplicarlo a los medios de comunicación, argumentando que las relaciones entre mercancías han reemplazado las relaciones humanas genuinas, y que la identificación pasiva con el espectáculo suplantó la actividad auténtica de las personas.
En la VIII, emergen con potencia la difunta Correa y Maquiavelo, pero se destaca un cinturón de libros, un puente colgante de obras clásicas, muchas de ellas censuradas en distintos momentos, como La Divina Comedia, El Eternauta, Matar un ruiseñor, La naranja mecánica, Los Pichiciegos o Mi lucha, que parecen sostener en la parte posterior del cráneo a edificios históricos y cubrir, en la zona inferior, a un barrio humilde, un chaperío de barrios de emergencia, que suelen ser una referencia en varias de las obras del dúo.
Hay, entonces, un sincretismo exacerbado que nos refiere a una etapa histórica, la postcomtemporánea, en la que la globalización conecta todos los puntos de la humanidad, sus saberes y sus dolores, su belleza y su injusticia. Todo está allí para ser tomado y se convierte, de alguna manera, en parte de un ADN constitutivo que, al final del camino, ha moldeado gustos, subjetividades, pensamientos, y que, según la mirada, podría contradecir al refrán en eso de que al final nada se lleva a la tumba o afirmar exactamente lo contrario.
Son, ambas calaveras, referencias de esta sociedad del espectáculo, en que las mercancías tienen valor estético y moral por sí mismos, que en su entramado revela cómo el objeto del arte puede contener multitudes, citando a Walt Whitman, pero que a su vez puede perder su efectividad.
En la Sala 2, se presenta Dólar, de la serie Merca, una obra tejida con hilos de acero, clavos y resina sobre madera, que se exhibe dentro de una instalación en la que los juegos de luces enceguecen, parpadean o dejan en total oscuridad, rodeado por la serie Glow in the dark, compuesta por 23 piezas de 50 x 70 cm realizadas con hilos de pintura fosforescente, que se presentan en un espacio enmarcado por una tela pintada con lavandina diluida en agua, creada en colaboración con el escritor y dibujante Sergio Biscio.
En la serie se observan animales cazando, escapando, otros a la espera de algo que parece inevitable, peces, ciervos, liebres y más, que proponen un juego entre lo material o lo natural, marcando un paralelismo entre lo monetario como el eje de la supervivencia.
Además, en un espacio inaugurado en la terraza, se encuentra El Baptisterio de los Colores, una obra arquitectónica inmersiva compuesta por casi 4,000 colores de plastilina, hierro, madera y espejos, pieza que ya se había presentado en la galería Barro. Esta pieza se suma de manera definitiva al espacio del microcentro porteño, sumándose a Mamá Luchona de Gabriel Chaile y al mural de Mariano Molina.
Inspirado en el Baptisterio de San Juan en Florencia, en el texto de sala, Virginia Castro explica que esta obra presenta doce zonas “contra la forma octogonal clásica de los baptisterios cristianos con la que se simbolizaba la semana (siete caras) y el tiempo para la Resurrección de Cristo (octava cara)”, continuando el “círculo cromático de Itten en El arte del color (1961)” y “el corte axial elegido para los espejos que recubren su suelo y cúpula evoca la forma de la estrella, otra de las figuras elegidas para representar la rueda del color en este célebre tratado –junto con el dodecaedro y la esfera-”.
Sin título es una nueva oportunidad para conocer el quehacer ornamentado y exquisito de Mondongo, que nos habla de este momento histórico, la construcción de los imaginarios y el espacio de la cultura pop en la sociedad, que en tiempos de consumos culturales cada vez más accesibles, en la palma de la mano, construye relaciones a distancia.
Fotos: Gentileza Arthaus
*Mondongo Sin título, en Arthaus, Bartolomé Mitre 434, CABA. De martes a domingo, de 13 a 20h, con entrada gratuita.