PARÍS.– Cuarenta y ocho horas después de haber recibido la “luz verde” de Washington, el ejército ucraniano atacó con misiles norteamericanos de largo alcance ATACMS la región rusa de Briansk. Una incursión ante la cual Moscú prometió una respuesta “adecuada”, denunció la implicación de Estados Unidos y calificó de “nueva etapa” del conflicto.
“Si misiles de largo alcance son utilizados desde Ucrania hacia territorio ruso, significa que son operados por expertos militares estadounidenses. Consideramos esto como una nueva fase de la guerra occidental contra Rusia y reaccionaremos en consecuencia”, declaró el ministro de Relaciones Exteriores ruso, Sergei Lavrov, en Rio de Janeiro, después de la cumbre del G20, intimando a los occidentales a leer “la totalidad” de la nueva doctrina rusa sobre el uso del arma nuclear.
Ayer, al cumplirse los 1000 días de su invasión a Ucrania, Vladimir Putin firmó, en efecto, un decreto ampliando las posibilidades de recurrir al arma nuclear. Una decisión “necesaria”, según el Kremlin, que evocó “la situación actual”, aludiendo sin duda a la autorización de Joe Biden de utilizar sus misiles de largo alcance.
En septiembre pasado, el autócrata del Kremlin había advertido a los países occidentales que semejante autorización acordada a Kiev “significaría una implicación directa de los países de la OTAN en la guerra de Ucrania”. Una amenaza repetida sistemáticamente durante estos dos años de conflicto, cada vez que Ucrania recibió un nuevo tipo de armas pero que, hasta ahora, nunca se concretizó.
Kiev reclamaba esa autorización porque, si bien las fuerzas armadas ucranianas habían recibido hace meses esos misiles ATACMS, de un alcance de 300 kilómetros, estaban obligados a utilizarlos dentro de su propio territorio (lo que incluye Crimea, anexada en 2014). Ese obstáculo las privaba de alcanzar las bases rusas desde donde Moscú lanza ataques en profundidad contra territorio ucraniano. Destacamentos, bases aéreas, sitios de almacenamiento, más de 200 blancos militares rusos habrían quedado así al alcance de los ataques ucranianos, según el Instituto para el Estudio de la Guerra (ISW).
La administración Biden había flexibilizado su doctrina en mayo pasado, cuando el ejército ruso lanzó su ofensiva contra la gran ciudad de Karkiv. Sin embargo no había autorizado el uso de los lanza-cohetes Himars contra territorio ruso, limitándolos a un alcance de 75 kilómetros.
Esta vez, la decisión de Joe Biden revelada el domingo pasado, parece haber estado guiada por la llegada de 10.000 soldados norcoreanos a la región rusa de Kursk, donde el ejército ucraniano entró en agosto pasado. Un despliegue de tropas que, si bien se produce en una región de escaso valor estratégico, representa una evolución mayor en la relación geopolítica mundial.
Porque es difícil imaginar que Pyongyang haya podido enviar sus contingentes sin el asentimiento de Pekín, aún cuando las relaciones entre ambos países parecerían haberse enfriado recientemente. El despliegue atestigua también de un acercamiento muy concreto de Corea del Norte con Rusia —ambos países comparten una frontera de 17 kilómetros cerca de Vladivostok—, que no puede dejar indiferente a Washington. Para muchos expertos, la decisión de Joe Biden sería un mensaje a Kim Jong-un para disuadirlo de enviar más tropas a un teatro de guerra que, a partir de ahora, está al alcance de sus misiles.
Transición
Lo curioso es el momento de la decisión: justo en pleno preparativo de transición entre la administración Biden y la de Trump. Ambos hombres se reunieron el 13 de noviembre. ¿Acaso esa decisión responde a un acuerdo entre ellos? ¿O Joe Biden quiso poner a su sucesor republicano en una difícil posición, después de que este no cesara de prometer durante su campaña que pondría fin a la guerra en un día? Por el momento, no hubo comentario de parte de Donald Trump.
Es muy probable que Biden haya querido, además, poner a Ucrania en la mejor posición posible en caso de que las negociaciones para poner fin a la guerra se abran rápidamente bajo la presidencia de Trump. Paralizado durante meses, el conflicto parece haber dado recientemente una significativa ventaja a Moscú, y la presencia ucraniana en suelo ruso es uno de los raros elementos de negociación y de presión con que cuenta Kiev.
En todo caso, la inmensa mayoría de las ofensivas rusas recientes fueron lanzadas desde bases fuera de alcance de los ATACMS pues, advertido de la llegada de ese armamento a Ucrania, Moscú tuvo tiempo de mover sus materiales más sensibles.
“Rusia supo adaptarse. Los Himars o los ATACMS son utilizados hace meses en Ucrania en las regiones ocupadas. Es más bien para el control de la región rusa de Kursk que esos misiles de largo alcance podrían ser eficaces”, señala el coronel Michel Goya.
Los expertos militares se muestran, en realidad, escépticos en cuanto a la posibilidad de que los misiles norteamericanos puedan cambiar el curso de la guerra.
“Los ATACMS podrían contrariar al ejército ruso en sus maniobras y obligarlo a reorganizarse. Pero esto no cambiará la relación de fuerzas en el terreno”, advierte un general francés en actividad.
“El problema de Ucrania es sobre todo el de renovar sus unidades en el frente. La capacidad de golpear en profundidad permitirá principalmente ralentizar a los rusos y, de esa forma, abrir puertas de negociación en caso de querer congelar el frente”, agrega.
Moscú, en todo caso, parece haber decidido servirse de esa autorización para aumentar la presión. Eso es lo que parecieron indicar las declaraciones de Sergei Lavrov este martes en Rio de Janeiro.
Según filtraciones, la nueva administración estadounidense tendría pensado, en efecto, obtener el congelamiento del frente, garantizando al mismo tiempo la seguridad de las poblaciones ucranianas, y a condición de que Kiev se comprometa a no adherir a la OTAN durante 20 años. Al mismo tiempo, ambos beligerantes deberían aceptar una zona desmilitarizada de 1.300 kilómetros cuadrados. Un plan que, para Volodymyr Zelensky sonará como una simple traición a los miles de muertos que dieron su vida en estos dos años. Para Kiev y para los europeos, ese plan significaría regalarle a Rusia el tiempo suficiente para rearmarse, respirar y recuperarse económicamente. Pero, ¿acaso Zelensky tendrá la posibilidad de oponerse?