Libertad, mercado, apertura, mundo, fuerte alineamiento con Estados Unidos, innovación, abrupta caída de la inflación y un virtual “1000 a 1″ que se emparienta de modo lineal con el ya mítico “1 a 1″. Resulta inevitable que, dada la consistencia de ese corpus fáctico y discursivo, coagule en el inconsciente colectivo una idea poderosa: “Volvieron los 90″. No son los únicos conceptos que sobrevuelan el clima de época. Competencia, individuos, más sector privado, menos Estado, inversión, emprendedorismo, baja de aranceles, importaciones crecientes, estabilidad cambiaria, crecimiento del poder adquisitivo en dólares, boom financiero, fuerte expansión de los créditos personales y prendarios, regreso del crédito hipotecario forman parte del mismo menú.
Convendría, de todos modos, no concluir de manera apresurada. Tampoco simplificar el análisis. Han pasado casi 35 años. El mundo es otro. Y el país también. La situación actual tiene, lógicamente, componentes novedosos que le adosan complejidad. Es verdad que hay cierto espíritu “noventoso” flotando en el ambiente. No se lo puede negar. En su instalación, se utiliza el tono exagerado y extremo que domina actualmente el tono de la comunicación. Una impronta contundente que fusiona el impacto con la ironía y que está tocando fibras sensibles en millones de ciudadanos.
En las redes sociales, especialmente en X, que es “la red” de la nueva época, crece la difusión de videos y memes que afirman que los argentinos están hoy como los rusos el 31 de enero de 1990. Ese día abrió el primer local de Mc Donald’s en Moscú. Fueron 30.000 personas a la inauguración. Siendo optimistas, proyectaban 5000. Los clientes, ávidos de novedad, esperaron hasta 8 horas en una larga fila que daba la vuelta completa a la Plaza Pushkin. Fuertemente custodiados por las temibles fuerzas de seguridad, disfrutaron el ser parte de un hito histórico. Ese Big Mac simbolizaba la libertad, la llegada del capitalismo, la globalización y la seducción del consumo. Una de las máximas de la naturaleza humana en todo su esplendor: la escasez genera deseo.
Otro de los videos y conceptos que se difunden es la oportunidad de comprar “costureros con galletitas de regalo adentro, por $9200″. Sí, volvieron las “Danish cookies” con todo su sabor (y sus calorías). En la misma red, la marca de indumentaria china Shein difunde la promoción de ofertas de bienvenida muy llamativas: remeras a $8390 y vestidos a $10.702. Otra marca china, Hisense, acaba de inaugurar un “flagship store” (tienda bandera) en una esquina clave del corredor norte: Pampa y Libertador. Sus avisos publicitarios gigantes se expanden por la vía pública de la ciudad de Buenos Aires.
El reciente aumento del cupo de compra de productos del exterior vía courier, pasando de US$1000 a US$3000 y libres de impuestos los gastos hasta US$400 para uso personal, termina de redondear la primera escena de una película que promete continuar. Bien cabría titularla: “Los barcos están llegando”.
Puntos de inflexión
Hay años en que las fuerzas de la historia convergen y aquello que se estaba gestando bajo la superficie de pronto se deja ver con toda claridad. Esos años no son un momento en el acontecer histórico, sino algo de otro calibre: una vibración, un halo, un aura, un “momentum”. Se produce una especie de efecto mágico que los recubre de mística. Como si el universo decidiera que ese es el tiempo de hablar y expresar sin medias tintas lo que tiene para decirnos. “Igual que el viento, el momentum es invisible, pero sin duda podemos sentir su presencia”. Así lo define el estratega y futurólogo australiano Michael McQueen.
Uno de esos grandes puntos memorables en el fluir de los sucesos fue 1989. Ese año cayó el Muro de Berlín, el economista inglés John Williamson acuñó el famoso término “Consenso de Washington” y el pensador norteamericano Francis Fukuyama ganaría fama al publicar un artículo donde proclamó “el fin de la historia”. Occidente había ganado y ya nada podría oponérsele. El capitalismo de mercado era la respuesta hegemónica a los dilemas contemporáneos.
En ese contexto mundial, asumió el cargo de presidente Carlos Menem. En su campaña había prometido “revolución productiva y salariazo”. Es decir, un plan más típicamente peronista. Sin embargo, al captar el “momentum” y sentir el viento global, decidió seguir los lineamientos de apertura, inserción en el mundo, privatizaciones, reducción del Estado y liberalismo económico que, tras la derrota fáctica, ideológica y conceptual de la Unión Soviética, se imponían como el único camino posible.
El reconocido periodista Thomas Friedman publicó en 2018 su libro Gracias por llegar tarde. En ese texto comienza señalando justamente otro de los años históricos. Friedman se pregunta con agudeza: “¿Qué diablos ocurrió en 2007?”. Afirma que la pregunta tiene sentido porque ese año Steve Jobs presentó el primer iPhone, Facebook comenzó a ser una plataforma abierta de manera masiva, Twitter se relanzó de manera independiente a la plataforma en que se había originado, Netflix comenzó a brindar el servicio de video on demand por streaming, Google introdujo Android potenciando así todos los otros smartphones que no usaran el sistema operativo de Apple, Amazon presentó su dispositivo de lectura Kindle y, sobre todo, internet llegó a los 1000 millones de usuarios en el mundo.
Argumenta que, desde entonces, se inició “la era de la aceleración” en la que vivimos. Tres grandes fuerzas entraron en proceso de crecimiento exponencial simultáneo: la tecnología, la globalización y el cambio climático. Aun a riesgo de sonar apresurado, viendo el lapso temporal de esos ciclos (17/18 años) que, como capas geológicas de un mismo proceso, se fueron apoyando el uno sobre el otro para consolidar su sentido, podemos elaborar una hipótesis. Es una idea incipiente y únicamente el paso del tiempo podrá verificarla en mayor o menor medida. Pero vale la pena considerarla. Por el simple hecho de que en la era de la aceleración todo va demasiado rápido. La velocidad signa la época y si no podemos pensarla, no podemos pensar.
La hipótesis es simple y, a la vez, está cargada de implicancias. ¿Es 2024 otro punto de inflexión histórico?
El hecho más saliente para darle sustento a la hipótesis no es tanto el triunfo de Donald Trump en las elecciones de Estados Unidos, que era algo posible, sino su novedoso funcionamiento en tándem con Elon Musk. No se trata únicamente del rol formal que tendrá, sino especialmente su fuerte poder simbólico. Estamos hablando de la fusión explícita de la democracia con la tecnología. Una hermandad que abraza el poder de Washington desde los dos motores que hoy dominan la escena: el mundo físico, el dinero, el real estate, Wall Street –la esencia de Trump– y el mundo virtual, digital, maquinal, que llega desde la costa oeste –el ser de Musk–.
Este mismo año, el gran tecnólogo norteamericano Ray Kurzwail publicó su libro The singularity is nearer (La singularidad está más cerca). Recupera aquel concepto que había introducido en 2005 –La singularidad está cerca– y ahora lo explica nuevamente diciendo que en ese entonces no lo habían entendido del todo bien, o no había logrado explicarse del todo. Allí se preguntaba qué ocurriría cuando los humanos trascendiéramos la biología. Y pronosticaba que eso podría ocurrir hacia el año 2045. En aquel entonces dijo: “¿Qué es la singularidad? Es un tiempo venidero en el que el ritmo del cambio tecnológico será tan rápido y su repercusión tan profunda que la vida humana se verá transformada de forma irreversible”. Luego fue mucho más incisivo en las implicancias del proceso que veía venir en el futuro: “La singularidad nos permitirá trascender las limitaciones de nuestros cerebros y cuerpos biológicos. Aumentaremos el control sobre nuestros destinos, podremos vivir tanto como queramos, comprenderemos enteramente el pensamiento humano y expandiremos enormemente su alcance. Como consecuencia, al final de este siglo, la parte biológica de nuestra inteligencia será billones de billones de veces más poderosa que la débil inteligencia humana producto de la biología”.
Por supuesto los conceptos de Kurzweil fueron, y son, muy controvertidos. No todos adhieren a su tecnooptimismo declarado. Entre ellos, nada menos que el historiador israelí Yuval Harari, quien no se cansa de advertir los riesgos de un desarrollo tecnológico sin límites. También este año él publicó su nuevo ensayo: Nexus.
Más allá de las opiniones encontradas, lo que no se puede discutir es que hoy, dos décadas después y con el auge de la inteligencia artificial, los vaticinios del inventor y futurólogo norteamericano lucen bastante más plausibles que en aquel entonces. Su fama no es en vano: se afirma que acertó más del 80% de sus pronósticos tecnológicos a lo largo de su extensa carrera en la disciplina. Ahora, en su nuevo ensayo, como corresponde a esta era, “va por más”.
Fusión con la IA
De hecho, ya no habla de trascender la biología, sino directamente de fusionarnos con la inteligencia artificial. Desde el inicio aclara el error conceptual sobre su idea de la singularidad. No se trata de un reemplazo de los seres humanos por las plataformas tecnológicas –software, algoritmos o robots– como se lo acusó, sino de su potenciación. Dice: “Con el tiempo, la nanotecnología nos va a permitir expandir nuestros cerebros con diferentes niveles de neuronas virtuales que estarán en la nube. De este modo nos fusionaremos con la inteligencia artificial y el poder computacional aumentará en millones de veces las capacidades que nos dio la biología. Esto va a expandir nuestra inteligencia y nuestra conciencia de un modo tan profundo que es muy difícil de comprender. No se trata de un crecimiento y un cambio infinito, pero sí de un cambio radical en nuestro nivel de inteligencia que hoy cuesta visualizar, pero al que debemos adaptarnos. Esto es lo que quiero decir con la singularidad. Y tal como dije en su momento, las tendencias indican que esto ocurrirá en 2045″. Bueno, estamos 20 años más cerca de ese momento culminante que vaticina.
De lo que Kurzwail nos viene hablando desde hace décadas es de una humanidad potenciada, aumentada, expandida. Es decir, una “humanidad ampliada” por la potencia de una tecnología que se vuelve cada vez más omnipresente. Nos demos cuenta, o no, todos somos cada vez más cíborgs. Una hibridación de carne y silicio.
Pues bien, esta es la lógica que acaba de llegar al poder en la principal potencia económica del mundo. Si miramos la cantidad de patentes publicadas a escala mundial en 2023, la segunda potencia global, China, está en la misma sintonía: tuvo el 46% de los requerimientos totales. Uno de los grandes filósofos de la tecnología, el chino Yuk Hui, que es profesor de la Universidad de Róterdam, suele recordar algo que dijo Vladimir Putin en 2017: “Quien domine la inteligencia artificial dominará el mundo”.
Siendo así, podemos decir que aquel Consenso de Washington que marcó los 90 hoy tiene una reedición potenciada que incorpora sus vigas estructurales, pero a las que le adiciona 35 años de desarrollo tecnológico vertiginoso. Bien podríamos llamarlo entonces el “Consenso de Silicon Valley”. Una hibridación entre la democracia y la tecnología. Algo así como una “tecnocracia”. Formato de gobierno que sería acorde y coherente con la cultura cíborg que habitamos.
Si así fuera conviene tener en cuenta el set de valores que guían, desde sus inicios, el mantra del Valle del Silicio. El primero y fundamental es la libertad. No solo económica, sino filosófica. En su concepción, la burocracia atenta contra la creatividad y la innovación. El segundo es el mercado. Ágora donde las libertades individuales se encuentran para poner en juego sus talentos sin más intermediarios que las mutuas habilidades. El tercero es el mérito, el esfuerzo y el talento: los mejores ganan. Y, en consecuencia, “el ganador se queda con todo”. El cuarto es la velocidad: epítome de la concepción tecnológica. Nada la define mejor como la aceleración incremental.
De esas cuatro vigas centrales declinan un modo de ser y hacer pertinente: coraje, audacia, alto riesgo, ante la adversidad, doblar la apuesta, disrupción, extremo, competitividad, escala global, desintermediación, filosofía hacker, orientación, antisistema, y siempre, siempre, el cliente en el centro, buscando seducirlo desde una experiencia de usuario superior.
Podremos estar de acuerdo o no, podrá gustarnos o disgustarnos, tener más o menos temores. Lo que no podemos es ignorar un fenómeno que, de tan arrasador, está trascendiendo el ámbito de los negocios. En agosto, de las 7 principales compañías del mundo por valuación bursátil, 6 son tecnológicas: Apple, Nvidia, Microsoft, Alphabet (Google ), Amazon y Meta (Facebook). Bueno, ahora ese mundo está llegando de manera oficial, frontal y pública al poder formal y a la real politik.
A nivel local, en 2023 asumió el manejo del país un gobierno que adhiere a la filosofía de “la ley de los rendimientos acelerados”. Que cree en el crecimiento exponencial en lugar del lineal. Una curva que parece plana hasta que de pronto tiene un giro de casi 90 grados ascendiendo de manera vertical. Esta es no solo su esencia, sino su historia hasta aquí.
No parece casual que cuente con el apoyo explícito de los grandes unicornios argentinos. Y tampoco que haya nombrado a uno de sus miembros nuevo embajador en los Estados Unidos. Comparten la misma filosofía de base.
Por si hiciera falta un hecho simbólico que terminara de dotar de espectacularidad a la escena, se produjo la irrupción de Franco Colapinto. Llegó de la mano de su talento, su saber, su experiencia, su desparpajo, su carisma, su audacia y, sobre todo, su velocidad. En sus declaraciones públicas es común escucharlo decir algo tan simple como potente: detesta cuando el auto está lento y siempre quiere ir más rápido. Es cierto, hay un espíritu de los 90 flotando en el ambiente. Pero entre este tiempo y aquel, hay una gran diferencia: internet, las redes sociales y la inteligencia artificial. Todo lo que vaya a pasar pasará más rápido. Habrá que adaptarse a la misma velocidad. Bienvenidos a “los 90 tech”.