En los días posteriores a la elección de Donald Trump como 47° presidente de los Estados Unidos, los activos argentinos subieron fuertemente. El riesgo país, que estaba a 955 puntos el 4 de noviembre, día anterior a la elección norteamericana, cayó a 772 puntos el jueves 14. El riesgo país del resto de la región también se redujo, pero mucho menos, en promedio un 5%. El índice Merval subió un 8% desde el día anterior a la elección, sumándose a un rally que lleva varias semanas.
El mercado festejó el hecho de que el próximo presidente norteamericano sintonice con nuestro presidente Javier Milei diciendo incluso, según el propio Milei, que es su presidente favorito, y recibiéndolo afectuosamente esta semana en Mar-a-Lago. En lo conceptual, esta cercanía puede ser importante porque cada década reciente (con perdón a Borges, que se reía de la obsesión por el sistema decimal) marcó una época en la relación Estado-mercado y en las alianzas globales.
Así como la década del 90 fue la década del Consenso de Washington, la primera década de este siglo fue la de la reversión de las reformas del Consenso de Washington y la del ascenso de China al escenario mundial, y la segunda década del siglo fue dominada por las consecuencias de la Gran Crisis Financiera y el ascenso de los populismos (incluyendo el Brexit), esta quizás se termine definiendo como la década de reformulación del rol del Estado y de su eficiencia. Esta revolución podría tener su origen y epicentro en uno de los países más dañados por ese Estado bobo y capturado por intereses especiales, la Argentina, y ser liderada por Milei. No es poco.
El que unas de las primeras nominaciones de Trump a su gobierno hayan sido Elon Musk y Vivek Ramaswamy para liderar el recientemente creado Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE es el acrónimo en inglés), sugiere que parte de su política va a ir en la misma dirección que el gobierno de Milei. Esto podría hacer crecer la productividad de la economía de Estados Unidos e impulsar esta agenda en el resto del mundo.
Sin embargo, las prestaciones más prácticas o de corto plazo que muchos suponen de la cercanía entre Trump y Milei quizás estén un poco exageradas. Si bien es cierto que la influencia de Trump puede haber ayudado a que el FMI extienda a la Argentina el crédito más grande de su historia, los condicionamientos con los que vino adjunto fueron un salvavidas de plomo para el gobierno de Macri, como argumenté en esta misma columna el 7 de octubre de 2018. Supongamos que Trump media y permite que el FMI aumente el préstamo a la Argentina, digamos en 10 mil millones de dólares. ¿Vendrán esos dólares sin un condicionamiento del staff del FMI, el que seguramente consista en un levantamiento del cepo y una devaluación? Difícil, no solo por la presión del staff, sino también de otros accionistas del FMI como Japón y varios países europeos.
Ahora bien, supongamos que la presión es tal que el FMI se ve obligado a darnos un préstamo sin condicionamientos. ¿Conviene que nos presten dólares teniendo un peso sobrevaluado? Al gobierno seguramente sí, a los argentinos más probablemente no.
Lo mismo vale para el acceso al mercado norteamericano. Durante la presidencia anterior de Trump, el gobierno de su amigo Mauricio Macri destrabó la exportación de limones, pero estas luego fueron suspendidas temporalmente por el gobierno norteamericano. El caso de los limones nos alerta que, más allá de las amistades, las políticas que pretende implementar Trump pueden ser perjudiciales para la Argentina.
¿Cuáles son los principales lineamientos de las políticas que piensa implementar Trump, además de la desburocratización y la desregulación? En primer lugar, la suba de 10 a 20 puntos porcentuales en los aranceles a la importación para todos los países, y 60 puntos adicionales en el caso de China. Para tener como referencia, hoy el arancel promedio de importación en los Estados Unidos es menor al 3% y el 70% de los productos entran sin pagar arancel. En segundo lugar, la deportación masiva de inmigrantes ilegales, una cifra que puede llegar a 8,5 millones de personas. En tercer lugar, renovar los recortes impositivos aprobados en 2017 y que vencen en 2025. Por último, tener mayor injerencia en las decisiones de política monetaria de la Reserva Federal; el mandato de su presidente Jerome Powell, de quien Trump ha sido muy crítico, caduca en la primera mitad de 2026.
Un primer debate es si realmente Trump ejecutará todas estas políticas. Algunos argumentan que no lo hará, y ofrecen como ejemplo su primer mandato, en el cual ladró más de lo que mordió. Aumentó los aranceles a algunos productos provenientes de China, y renegoció el tratado de libre comercio con México y Canadá, antes conocido como NAFTA y ahora como USMCA, pero de una manera que en general se vio como beneficiosa para todas las partes. Otros, sin embargo, argumentan que esta vez Trump irá más a fondo. Durante su primer presidencia, a la que llegó casi inesperadamente, su gabinete estuvo muy condicionado por el Partido Republicano. Las primeras designaciones del nuevo gabinete de Trump sugieren que esta vez será distinto. Todos los nominados comparten dos características: la lealtad a Trump y la predisposición a llevar adelante su plan de asalto hostil al aparato gubernamental.
Para ver el impacto de estas políticas, empecemos por los recortes impositivos implementados en 2017. Trump propone extenderlos permanentemente a casi todos ellos y sumar más, como la exención al impuesto a las ganancias sobre las propinas entre muchos otros. Al haber conquistado los republicanos ambas cámaras del Congreso, es muy probable que Trump logre implementar su plan fiscal. Parte de la pérdida de recaudación se compensaría con la suba de los aranceles a la importación, pero la Tax Foundation, un think tank, estima que el costo fiscal en 10 años sería de entre 2,5 y 3,0 billones de dólares. Este desequilibrio fiscal se sumaría así al existente: en 2024 el déficit fiscal será de aproximadamente el 6,4% del PBI según la Oficina de Presupuesto del Congreso norteamericano, un desbalance preocupante si pensamos que Estados Unidos está cerca del pleno empleo. Es por ello que no llama la atención que las tasas de los bonos a 10 años del Tesoro de Estados Unidos hayan subido fuertemente luego de la victoria de Trump.
La política de inmigración promete ser muy dura, a la luz de la designación de Tom Homan, quien ya estuvo a cargo del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas durante la primer presidencia de Trump, como “Zar de la frontera”. Deportar masivamente inmigrantes ilegales no es fácil. Sin embargo, al menos puede hacer disminuir fuertemente el ingreso masivo de nuevos inmigrantes ilegales y eso es suficiente para tener un impacto macroeconómico. Una mayor restricción a la inmigración puede hacer caer la tasa de crecimiento y hacer subir la inflación.
La política de aranceles a la importación es la potencialmente más espinosa de todas. Según estimaciones de J.P. Morgan Chase reproducidas por The Economist, un aumento de aranceles de la mitad de lo prometido podría rebajar la tasa de crecimiento del PBI en hasta 0,5% y hacer subir la inflación en 1,5 a 2 puntos porcentuales (recordemos que la meta de inflación es de 2% anual). Pero el tema de los aranceles puede tener implicancias mucho más grandes sobre la economía global, mismo si el gobierno de Trump procede de a poco con las subas mientras negocia con otros países.
El principal foco va a estar en la incertidumbre que este proceso introduce en la economía global, y la retaliación de otros países. El ejemplo más relevante es el del Hawley-Smoot tariff act, que muchos sindican como un propagador de la Gran Depresión. La suba de aranceles en sí fue muchísimo más moderada que la propuesta por Trump. Pero la extensión de las negociaciones, que duraron desde diciembre de 1928 hasta junio de 1930, aumentó fuertemente la incertidumbre global, y llevó a fuertes retaliaciones de otros países, que también subieron los aranceles. Al final, las exportaciones norteamericanas cayeron más que las importaciones.
Más inflación por mayor déficit fiscal y por mayores aranceles impedirían a la Reserva Federal seguir bajando la tasa tal como estaba proyectado. Si Trump se mete con la Reserva Federal, por ejemplo diciendo que quien sucedería a Powell será alguien muy poco ortodoxo, haría las cosas peores todavía porque las expectativas de inflación se desanclarían.
Es decir, el problema es que la combinación de estas políticas, aunque no se ejecuten completamente, podría traer mayor inflación a los Estados Unidos, un mayor déficit fiscal y por lo tanto mayores tasas de interés tanto de corto como de largo plazo, así como al menos inicialmente un dólar fuerte, lo cual no suele ser bueno para el precio de las commodities. Es decir, en síntesis, un muy mal combo para la Argentina.
En este contexto, ¿qué debería pedirle Milei a Trump aprovechando su cercanía? Mayor acceso a sus mercados. Esto abarca las negociaciones producto por producto, como la del limón, o la de carne (la Argentina tiene una cuota de 20.000 toneladas por año con arancel cero, y el resto paga el 24%, comparado con Australia que entra 360.000 toneladas con cero arancel). También, como objetivo ideal, negociar un acuerdo de libre comercio. Si los Estados Unidos se van a convertir en una fortaleza, tratemos de tener un pase especial a ella.