Revolucionó la televisión argentina con su humor surrealista desde el célebre Cha Cha Cha, pero hace más de seis años echó anclas en Pueblo Edén, Uruguay. El lugar está tierra adentro, en un sitio de piedra y yuyos donde a veces se huele el mar. Ahí, Fabio Alberti no solo construyó su casa sino un restaurante informal, de fogón y amigos, llamado Choto. ¿Por qué ese nombre tan particular? “Es un homenaje al chinchulín de cordero que se estila en estos pagos”, dice Alberti, el “John Wayne de Maldonado” que, desde hace unos meses, aceptó volver a la calle Corrientes junto a Alfredo Casero, su coequiper televisivo en los años 90.
Las funciones en el Metropolitan son de jueves a sábados [hasta el 23 de noviembre] así que él, el hombre orgulloso de sus corderos mellizos, el que tuvo una vaca enana con la que logró “el mejor dulce de leche del condado” y que sigue vendiendo su salsa de tomates frescos Peperino Pomoro [se consigue en el teatro, junto a las remeras de Juan Carlos Batman], se instala tres días por semana en un hotel porteño y mira la ciudad con ojos de turista.
–¿Te agobia Buenos Aires?
–No, me encanta, pero casi no tengo tiempo de evaluarla. Bajo del barco y voy directo al Metropolitan. Me impacta mucho ver que la calle Corrientes sigue siendo un hervidero de gente. Descubro media cuadra de cola con personas que van por una porción de pizza. Eso es impresionante. Pero la verdad, no me muevo mucho. No más de dos cuadras a la redonda. Incluso, cuando vuelvo de la función, ceno en el hotel. O me pido una milanesa con ensalada en La Farola. Obviamente, como me encanta la gastronomía y estoy en eso, hay muchos lugares que visitaría. Pero por ahora, hago solo viajes relámpago para trabajar. No me quedo más porque allá están mi huerta y mis animales.
–¿Harías un recorrido por los restaurantes de moda?
–Me gustaría ir al nuevo espacio de Inés de los Santos, en la Costanera. Pero toda la vida fui a comer a los lugares de mis amigos. Bar 6 ya no existe más, pero era uno de mis favoritos. No es algo que me interese especialmente el tema de los restaurantes destacados con estrellas, aunque tengo mi lista. Y hay un sándwich de huevo japonés que quiero probar sí o sí, pasar y comérmelo en la calle.
–¿Cómo viene el negocio de tu salsa de tomate?
–Muy bien. Ya cumplió una década la Peperino Pomoro. Es muy práctica porque solo es cuestión de destapar la botella. Tomates frescos de mi propia huerta, bautizada en honor a uno de los míticos personajes de Cha Cha Cha, con el eslogan “Il mío orto sul vostro piatto”. Está muy buena porque no tiene aditivos ni conservantes, y viene en distintas versiones: tradicional, con olivas negras y la “diabolo”, con peperoncino.
–Hablemos del show. Era impensado que volvieran después de 30 años, y al teatro.
–Pero pasó. Y superamos las expectativas. Después de tres décadas de la última emisión en pantalla, la locura sigue intacta. Estamos con Alfredo, Romina Sznaider y Lito Ming, bajo la producción de Giuliano Bacchi. Y arrasamos. Son noches absolutamente inolvidables, con un público espectacular porque son cuarentones, pero también hay pibes de veintipico. Chicos que no habían nacido cuando nosotros hacíamos el ciclo, pero que se criaron viendo los videos por YouTube.
–¿Sentís que ustedes fueron revolucionarios?
–Si quedó en la historia por algo habrá sido. Fue una manera diferente de hacer televisión. Cuando hablás de la tele de los 90 tenés que mencionar sí o sí a Cha Cha Cha. Muy poca gente lo miraba; la realidad es que lo entendieron después. Y nosotros lo hacíamos sin imaginar el fenómeno. Jamás imaginamos que sería un programa de culto. Hacíamos todo inconscientemente, pero a la vez muy profesionalmente.
–¿Con qué personajes se nota más la excitación?
–Con todos. Juan Carlos Batman, el súper héroe que resuelve problemas particulares, Siddharta Kiwi, que es el hindú que propone soluciones absurdas a problemas cotidianos, Susana Bronstein, la madre judía, Peperino, Boluda Total, Manuk, el doctor Vaporeso… Notamos que, más allá del fanatismo y la memoria emotiva, la gente tiene ganas de sátira, de crítica social irreverente.
–Diego Capusotto no es de la partida. ¿Se coló el ítem política a la hora de armar el show?
–No, para nada. La verdad es que no tenemos relación. Está todo bien, pero no hay contacto. Yo trabajé mucho con Diego después de Cha Cha Cha. Pero cuando terminamos Todo x dos pesos cada uno hizo su camino. Se fue como diluyendo la relación. Es normal, puede pasar. Sé que él está trabajando y le va bien. Son cosas de la vida.
–¿Ya planeaste el verano?
–No quiero descuidar lo mío, me espera Choto. Un tiempo puedo dedicarme al espectáculo, pero no siempre, y menos en verano. A partir de diciembre necesito estar a full en Uruguay. Salvo que salga algo en Montevideo o Punta del Este, pero tampoco todas las noches. Ahora zafé porque tengo una pareja amiga que se quedó en casa. También hay vecinos que pasan, me riegan las plantas. Está Beto, mi Border Collie, que si bien lo dejé con una chica bárbara, reconozco que lo extraño. Es el único que me esclaviza porque las ovejas y los gatos se arreglan solos.
–¿Estás en pareja? Hace poco posteaste una ecografía de mellizos.
–Sí, se la creyeron [risas]. Pero eran los corderos.
–¿Pero está esa posibilidad?
–Uno nunca sabe. Con Leyla, mi pareja, estamos felices, incluso pensamos en organizar un viaje a Europa. Veremos. Tenemos ganas de recorrer juntos. Ella es joven, tiene 40. Pero qué sé yo, el tiempo dirá.
–Es artista plástica, ¿no?
–Es retratista y está a punto de recibirse de arquitecta. Además saca unas fotos espectaculares. Vamos a ver si este año expone algo de todas las cosas que hace.
–¿Alfredo [Casero] conoce tu lugar?
–Sí, hemos hecho algunos happenings, un par de números. Está muy bueno porque convocamos 20 o 30 personas. Hacemos comida, un poco de show. A él también le gusta comer y cocinar.
–¿Te interesan los premios, ser reconocido?
–El único que me interesaba era la Copa Libertadores con River. Y no se dio.
–Hiciste tu propio vino. Y la etiqueta tiene que ver con eso…
–Sí, es una imagen donde yo estoy montado a caballo. En el fondo, Leyla. Después hay una cruz y si le hacés zoom o usás una lupa leerás una fecha: 9-12. Es un homenaje a lo que sucedió en Madrid, cuando murieron todos los bosteros. También puede verse un bar del oeste, que dice Mataojo. Y bien chiquita, la frase “puto el que lee”.
–Si la Argentina fuera una canción, ¿qué título le pondrías?
–Me gusta la frase “Argentina, no lo entenderías”. Los que nos ven de afuera no lo entienden. Somos inesperados y unos locos de mierda. Nos aman y nos odian, y un poco lo gozamos. Para mí está bueno, se pone picante.