Armando Maubré es un ingeniero argentino que en la década del ‘60 formó parte de una de las gestas más trascendentes de la humanidad. Él participó en la construcción de la nave que llevó por primera vez al ser humano a la Luna. Esta misión, planificada por la NASA bajo el nombre de Apolo 11, tuvo su punto culminante el 20 de julio de 1969 cuando, ante los ojos del mundo, el astronauta Neil Armstong dio su primer paso en la superficie lunar y colocó allí la bandera estadounidense.
Pero lo que pocos saben es que a partir de ese día los colores de la Argentina también quedaron para siempre en el satélite de la Tierra, gracias a una patriótica ocurrencia de Maubré. “Allí está la bandera argentina oculta en la Luna. No flamea, pero está”, dice con una sonrisa este porteño de 95 años, que fue homenajeado en el Planetario de la ciudad de Buenos Aires por su trabajo en aquella proeza espacial.
En diálogo con LA NACION en su departamento de Caballito, el ingeniero que dejó una huella argentina en la Luna, contó los detalles de esa notable experiencia.
“Fui a buscar trabajo”
–Armando, ¿Cómo llega usted a trabajar en el proyecto de la NASA?
–Yo vivía en la Argentina. Era a comienzos de los ‘60, cuando estaba (Álvaro) Alsogaray (ministro de Economía) y la frase clave era: “Hay que pasar el invierno”. Estábamos viviendo un momento muy malo y no había tanto trabajo como para satisfacer las necesidades de todo el mundo. Quiero decir que en toda esta historia influye mucho la amistad. Yo tenía dos amigos, Héctor Poli y Luis Rey, que eran ingenieros y que trabajaban en los Estados Unidos, me ayudaron y me empujaron para que me fuera para allá. Y me fui a probar fortuna.
–¿Tenía alguna propuesta de trabajo cuando se fue?
–No. Fui a buscar trabajo. No era el ingeniero que buscaban en la NASA. Fui solo. Éramos recién casados, pero mi mujer se quedó acá. Llegué a Los Ángeles. Estuve un mes buscando trabajo. Salía cada mañana con el diario. Un ingeniero argentino, Jorge Morando, que estaba instalado con su mujer y trabajando allá me invitó a su casa varias veces. Me hacían pasar la noche con ellos, fueron los que me cobijaron en esa tristeza y soledad que yo vivía, porque uno realmente está solo en esas situaciones.
–Pero la situación cambió, me imagino
–Sí. Un día me llama este amigo y me dice: “Armando, hay un lugar donde se necesita un ingeniero de diseño, ¿por qué no probás”. “Pero es en mecánica, yo soy ingeniero civil”, le dije. “Venite a casa que te enseño algo de lo que yo hago para que puedas hablar y mañana te presentás”, me contestó. Dicho y hecho. Fui. Me enseñó, aprendí un poco el lenguaje necesario, fui al otro día a la entrevista y obtuve el trabajo.
Los diseños de Maubré
–¿Allí comenzó a trabajar en el proyecto Apolo 11?
–Sí. Era el año 1962. Pronto me di cuenta de que me habían tomado para trabajar para ese programa.
–Pero trabajaba en una empresa de ingeniería, no trabajaba en la NASA, ¿Verdad?
–Claro. La NASA no hizo nada. Me refiero a nada de fabricar dispositivos, pero pergeñaron todo para la llegada del hombre a la Luna. Y ponían especificaciones para cada una de las cosas. Licitaron cada porción grande del proyecto, piense que el cohete tiene dos etapas, más un Módulo Lunar, una cápsula y algunos otros dispositivos… Y todo eso lo pusieron en manos de grandes compañías: Douglas, North American, Boeing y Ford, eran las cuatro grandes empresas. Y a su vez esas compañías sublicitaron en empresas más pequeñas, pero especialistas en cada cosa, en todos los componentes que ellos necesitaban. Fue la terciarización más exitosa del mundo. Yo estaba en el área de Los Ángeles, en Burbank, donde trabajé en dos fábricas diferentes.
–¿Usted qué tipo de componentes diseñó?
–Yo diseñé y construí tres instrumentos para el control de presión. Uno fue para el sistema de vida del Módulo de Excursión Lunar (LEM o LM), que es donde bajan los astronautas a la Luna, otro que iba en el sistema de propulsión del cohete, en su segunda etapa y otro pequeñito para el sistema ecualizador del cwawler, que es la oruga gigante que transportaba el cohete del edificio de armado a la torre de lanzamiento. El sistema ecualizador es el que mantenía el cohete siempre vertical. Que no se les cayera ¡Por favor!
El cohete al que hace referencia el ingeniero Maubré es el Saturno V, que llevaba en su interior, en la cima de su estructura, la nave espacial Apolo, donde se encontraban los tres astronautas, y a la que debía trasladar hasta la órbita. “El cohete está formado por dos etapas de propulsión -explica Maubré-. En el lanzamiento usa una, a mitad de camino se desprende de esa y sigue la segunda etapa, impulsando el cohete hasta salir completamente de la gravedad y a seguir su inercia con los cohetes directores solamente camino de donde tenía que ir, que era la Luna”.
Así, en aquella jornada del 16 de julio de 1969 cuando a las 13.32 despegaba desde Cabo Cañaveral, estado de Florida, el Saturno V con la nave Apolo y sus tres tripulantes en dirección a la Luna, lo hacía ante la mirada de millones de personas alrededor del planeta y con tres componentes en su estructura diseñados y realizados por un argentino. Uno de ellos se encontraba en la oruga de traslado de la nave y quedaría en tierra. El segundo, el de la segunda etapa de propulsión, se incineraría en su retorno a la Tierra. El tercero, en cambio, ubicado en el Módulo Lunar del Apolo 11, quedaría por siempre en la Luna. Y con un mensaje simbólico claramente argentino.
La bandera argentina oculta en la Luna
–¿Cómo era el instrumento que usted diseñó y que quedó en la Luna?
–Era un controlador de presión para un sistema que se llamaba control de vida de los astronautas, que los mantenía calentitos, a la misma presión y todo eso. El presostato, ese es el nombre, tiene una parte eléctrica que manda una señal al tablero de control de los astronautas, si bajaba cierto valor de presión o subía. Entonces se cambiaba el circuito, que por seguridad eran duplicados o triplicados, o le avisaba al astronauta para que lo hiciera él.
–Pero además, ese dispositivo tenía algo especial, ¿no?
–Como dije antes que el presostato tiene una parte eléctrica, lo hice cablear con cables celestes y blancos. Fue por puro patriotismo o patrioterismo. Por amor a la patria, a los colores. Porque yo estaría allá, pero amaba a la Argentina. Veía que se usaban otros colores para los cables y decidí: “Bueno, que pongan celeste y blanco ¡Chau!”. Y quedó ahí.
–¿Cómo es que ese instrumento quedó en la Luna?
–Llegó a la Luna en el LEM, el Módulo de Excursión Lunar, cuando los astronautas hicieron el alunizaje. Dos de ellos llegaron a la Luna en el LEM y un tercero, Michael Collins, quedó en órbita dentro de la que se llama cápsula o Módulo de Comando. En la Luna, los astronautas trabajaron, dispusieron unos aparatos, entre otros, un sismógrafo. Después, la parte de arriba del LEM con los dos astronautas se elevó, abandonó la Luna y se dirigió de vuelta al Módulo de Comando. Poco después, los dos módulos se acoplaron en la órbita Lunar, los astronautas pasaron al módulo de comando y la parte del LEM que quedó, la soltaron, la dejaron caer y la estrellaron contra la Luna para probar los sismógrafos. Ahí quedó entonces la bandera argentina oculta en la Luna. No flamea, pero está. Esa es la historia.
–Una historia poco conocida
–Así es. Y quiero decir algo más. Yo te dije al principio sobre la importancia de la amistad. Mi amigo el ingeniero Morando, el que me recibió en su casa cuando llegué a Estados Unidos, había diseñado, creado y hecho funcionar para las circunstancias del espacio una bomba que estaba también en el sistema de soporte de vida de los astronautas, en el Módulo Lunar. El día en que llegó el hombre a la Luna, su compañía, que era muy importante, hizo una propaganda en la revista Life donde estaba la bomba que él había hecho. Pero encima de ella, en primerísimo plano, estaba el controlador de presión que yo había diseñado. Es decir, los dos amigos juntos. Los dos cayeron en la Luna.
“Le dediqué el alma”
Los prototipos de los dispositivos que creó y diseñó Maubré para la llegada del Apolo 11 a la Luna pueden verse, desde agosto pasado, en el Museo del Planetario de la ciudad de Buenos Aires. Entre una maqueta del cohete Saturno V, recortes de revistas de la época de la audaz epopeya espacial y los reconocimientos que recibió el ingeniero argentino por parte de la NASA, es posible ver la copia del controlador de presión del Módulo Lunar. Desde su interior emergen una serie de cables de colores celeste y blanco que conforman, en su unión, la enseña de la Argentina.
–Armando, ¿qué reconocimiento recibió por su trabajo para el proyecto Apolo 11?
–La NASA me dio el premio que se llama Apolo Achievment Award, que es decir premio al logro del Apolo, que es el que me hace miembro del equipo que llegó a la Luna y me dan las gracias por los servicios prestados.
–Imagino que eso le genera mucho orgullo, ¿no?
–Por supuesto. Vos lo dijiste. No solamente el orgullo por ir a la Luna, sino el orgullo personal de que tu trabajo sirva. Vos eras un extranjero ahí. Un latino, por más que disimularas y pudieras hablar perfecto inglés.
–¿Qué sintió en aquel momento en que el hombre llegó a la Luna?
–Una satisfacción enorme. Yo había laburado para eso, no pensaba en otra cosa. Nunca trabajé por un premio o porque me dieran más plata. Era orgullo propio y nacional también, ya que estaba en el país y había aprendido a quererlo.
–¿Se trabajaban muchas horas?
–Se trabajaba normalmente, pero yo le dediqué el alma, porque si un test terminaba a las 4 de la mañana yo iba a las 4 de la mañana a la fábrica a ver cómo había terminado.
–También pesaba la exigencia que había marcado el expresidente John Kennedy, que en 1961 había dicho que en 10 años los Estados Unidos iba a llegar a la Luna, ¿no?
–Y lo hicimos en 9 años. En 8 o 9 años, porque fue en el 69 cuando llegamos.
“Todo fue a mano”
–¿Cómo era diseñar dispositivos, motores y todo lo que se fabricó para el viaje a la Luna sin la tecnología que hay hoy?
–Claro. Todo sin lo que hay hoy. Por ejemplo, yo calculé todo con regla de cálculo. No había computadoras. Y dibujé todo lo que había que dibujar a mano. No había AutoCAD. Solo había enormes computadoras, pero las tenía la NASA, por ejemplo, que eran un edificio, con eso calculaban la trayectoria y todo eso que requería de mucha inteligencia y capacidad para poder resolverlo, algo que un hombre y una regla de cálculo no pueden hacer. Pero el resto, todo fue a mano. ¡A mano! Ahí comienza la miniaturización de las computadoras pero para cosas muy básicas, para los navegantes.
–¿Cómo testeaban los elementos que iban a sufrir las condiciones que existen en el espacio?
–¡Ah! Era dificilísimo. Es decir, todos los dispositivos que se usaron eran conocidos. El controlador de presión lo tiene un auto, un barco… pero a las condiciones que tenía que trabajar, eso sí que no se podía. Y eso fue lo difícil y lo que llevó tanto tiempo. Por ejemplo, las temperaturas en el espacio iban de 180° a menos 180°.
–¿Había alguna cosa para testear eso? ¿Algún simulador de espacio?
–No, no, había. Pero hay un tacho de agua caliente y un tacho de agua fría. Y después tenían máquinas para vibrar. Y era 26 veces la gravedad. Si ustedes lo ven vibrar, si ponen un estroboscopio y ponen un elemento a vibrar 26 veces la gravedad no pueden creer lo que le pasa, parece que se va a caer a pedacitos, porque es muy destructivo para el metal. Por eso están los prototipos que se ven en el Planetario, porque eso ya no se puede usar más y hay que usar uno nuevo.
–¿Había mucha prueba y error?
–Sí, así es la ciencia. Buscar los coeficientes de elasticidad, de elongación, efectos de temperatura. Ellos tenían manuales, pero había que probar a ver si andaba.
La competencia con Rusia
–Todo esto se dio en el contexto de la Guerra Fría, y la conquista espacial era uno de los puntos más fuertes de esa disputa entre Washington y Moscú, ¿Por qué fue Estados Unidos el primero en conseguir la llegada a la Luna?
–Rusia no llegó a la Luna porque no supo cómo “dockear” en el espacio, es decir cómo atracar en el espacio. Primero el módulo lunar se despega de la cápsula, pero después, cuando el Módulo regresa tiene que encontrarse en la órbita donde está la cápsula, ponerse a la misma velocidad y pegarse u acoplarse. Eso no lo sabían. Se lo tuvimos que explicar después que terminó la guerra fría y recién ahí se pudo hacer la Estación Espacial y llegar con naves a esa estación.
–Les faltaba esa técnica entonces para llegar
–Les faltaba algo y de ninguna manera hubieran podido llegar a la Luna en ese momento. Un año después, puede ser, lo descubrirían.
–Pero el momento para hacerlo era ese
–¡Era el momento! “Now or never”, como dicen ellos. “Ahora o nunca”.
El regreso a la Argentina
–¿Cuándo volvió a la Argentina?
–Regresé en el año ‘72 o ‘73, con una hija que es americana. Acá me dediqué a otras cosas… hice el revamping de Atucha, monté el reactor nuclear de Córdoba, los encofrados deslizantes de Fortabat o la primera usina de ciclo combinado para Misiones, un trabajo grande…
–¿Hoy le interesan las noticias sobre la exploración espacial?
–No es que no esté interesado, pero tienen que hacer algo mínimamente más grande de lo que yo hice para que esté interesado. Bueno, si van a la Luna dentro de poco con este hombre, Elon Musk, va a estar fantástico y seguramente me voy a interesar porque ya comienza la industria privada a construir no solamente lo que otros le dicen sino a construir lo que ellos quieren, para hacer algo que ellos quieren. Entonces la cosa cambia.
–¿La llegada a Marte la ve posible?
–Lo veo posible, claro que sí, pero va a ser una cosa difícil porque son varios años de viaje. Son etapas. No es tan fácil, no es decir: “Voy la Luna y después a Marte”. No, porque para Marte requerís muchas más cosas, porque vas a estar más tiempo en el espacio y hay muchas cosas que tener en cuenta.
El reconocimiento en el Planetario
–¿Cómo fue la ceremonia en el Planetario en la que reconocieron su labor para la misión Apolo?
–Muy linda. Pasaron videos, luego tuve que responder preguntas del público y fue emocionante, había hombres que me decían: “Me hizo llorar, Armando”, porque la gente se emociona con lo que yo cuento. Me venían a abrazar. Para mí fue maravilloso. Después bajamos a ver los aparatitos que están en el Museo del Planetario y vino un chiquito y me dijo: “Yo quiero ser ingeniero del espacio”. “Ah, sí, pero querés de acá (se señala la cabeza) o de acá (se señala el corazón)”, le dije. Y él chico respondió: “De acá (se señala el corazón)”. Lo abracé y nos sacamos una foto. Son momentos que uno vive ahí que parecen un sueño.
–Usted destacó al principio la importancia de las amistadas y, casualmente, o no, el día que el hombre llegó a la Luna, al menos en la Argentina, se celebra el día del amigo ¿Qué le parece?
–Que todo cierra. Es la importancia de la amistad. Dos amigos me llevaron a Estados Unidos. Otro me indicó dónde ir a trabajar y terminamos juntos en la Luna. Y después hay otra amistad que me hizo llegar al Planetario: este loco amigo Mario Costa (señala a su amigo que está presente en el departamento), que un día le comenté que no sabía a quién dejarle las cosas que yo tenía del proyecto Apolo, porque no quería dejarle problemas a mi hija. Y él un día fue de visita al Planetario con sus nietos y se puso en contacto con las chicas de allí (Cintia Peri y Gabriela Sorondo, del Área de Comunicación del Planetario, también presentes durante la entrevista) que se interesaron y se apropiaron del material. En el buen sentido, porque yo estuve deleitado de entregárselos porque fueron una maravillosa ayuda que tuve en ese sentido.
A sus 95 años, Maubré tiene una memoria prodigiosa, un hablar tranquilo pero intenso y una esmerada elegancia. Hombre de múltiples intereses, sus pasiones no se agotan en la ingeniería. Entre otras cosas, es socio vitalicio de Ferrocarril Oeste dedicó también parte de su vida a ser instructor de pesca con mosca -su estudio está adornado con anzuelos y otros elementos de esa actividad- y en los últimos años también incursionó en el mundo del arte, cuando grabó un disco como cantante y se subió a diversos escenarios para entonar diversos clásicos musicales.
Pero en el caso de este diálogo, la conversación giró en torno a su participación en aquella trabajosa hazaña científica y tecnológica que llevó por primera vez a un ser humano a caminar por la superficie lunar.
–Armando, ¿Qué piensa cuando todavía hay gente que dice que el hombre no llegó a la Luna, que fue todo un montaje?
–Me da risa… pero hay gente que todavía dice que la tierra es plana, y tienen una fotografía desde la Luna. O dicen: “No, pero fue un montaje” ¡Andá! No se puede discutir con gente así…