Más gente para atender en los comedores y merenderos y menos donaciones para hacer frente a la demanda social. Se acercan personas de clase media baja y otras que viven solas. Los efectos del crecimiento de la pobreza se hacen sentir también en la Iglesia, pero el arzobispo de Mendoza y nuevo presidente de la Conferencia Episcopal Argentina, monseñor Marcelo Daniel Colombo, anima a no bajar los brazos y, en términos políticos, “buscar diálogo y consensos sociales”.
Esa es una de las misiones de la Iglesia, en momentos en que la confrontación y la violencia verbal se han instalado en la política. “Tengo la impresión de que se tensaron mucho las cuerdas y las polarizaciones han sido muy grandes. La Iglesia busca un diálogo, un entendimiento y generar puentes para mejores consensos sociales, porque como dice Francisco de ésta salimos juntos”.
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Para el arzobispo, formado en Quilmes por el recordado monseñor Jorge Novak, no solo hay que dialogar, sino “desear dialogar”. Y desliza una duda sobre la real voluntad de los sectores políticos para avanzar en caminos de acuerdos. “El método de las redes sociales ha pasado a la esfera del discurso político”, lamentó.
El sucesor de monseñor Oscar Ojea al frente del Episcopado siente “perplejidad y dolor” por los casos de los expresidentes que gobernaron la Argentina y enfrentan procesos judiciales por hechos de corrupción. Y estima que es necesaria una autocrítica de las fuerzas políticas que contribuyeron a profundizar la crisis.
No pierde, en tanto, las esperanzas de una posible visita del papa Francisco al país el año próximo, aunque entiende que el calendario no es fácil.
Colombo, de 63 años, recibió a LA NACION en un paréntesis de la asamblea plenaria del Episcopado que se reúne en Pilar y que concluirá este viernes, a las 12, con una misa de todos los obispos en la Basílica de Luján.
-¿Cómo evalúa la situación que vive el país, con un nivel de pobreza que afecta a más de 25 millones de personas?
-La vemos con preocupación. Se incrementó la cantidad de personas que vienen a nuestros comedores y merenderos. También nos preocupa que los bienes que podemos ofrecer cada vez son más escasos, nos cuesta más conseguir donaciones porque la gente está con pocas posibilidades de dar. Incluso, la población que concurre a los comedores no es la misma. Empiezan a verse personas de clase media baja o que viven solas. Yo lo veo en Mendoza y otros obispos comparten la misma visión en sus diócesis. Algunos programas de Cáritas, incluso, recibían una ayuda estatal que ahora no llega. Ponemos toda la garra, pero hay un debilitamiento de la atención que podemos dar. Faltan recursos.
-¿Se corrigieron las desprolijidades o errores del Gobierno en la distribución de alimentos?
-Son otras proporciones de entrega de alimentos y se renuevan por ciclos. No hay el retraso que había al principio. Para que se liberaran los alimentos retenidos en los galpones fue decisiva la intervención de monseñor Oscar Ojea, que alertó a tiempo. De otra manera, las dificultades de algo que era necesario y urgente habrían sido más prolongadas en el tiempo.
-¿Qué mensaje transmite hoy la Iglesia frente a la crisis?
-Fundamentalmente, poner la atención en los sectores más pobres para que puedan revertir esta situación de necesidades extremas. Hay programas de becas o formas de ayuda social que deberán repensarse para poder ir al encuentro de estas dificultades.
-¿Hay voluntad y capacidad de diálogo en la dirigencia política para encontrar caminos que ayuden a resolver las urgencias sociales?
-Tengo la impresión de que se tensaron mucho las cuerdas y las polarizaciones han sido muy grandes. Esto generó en muchos casos la confirmación de las posturas de enfrentamiento y de sentirse siempre lejos del otro. Por eso la Iglesia busca un diálogo, un entendimiento y generar puentes para mejores consensos sociales, porque como dice Francisco de ésta salimos juntos.
-¿A qué atribuye el clima de confrontación y aagresividad verbal que prevalece en la política?
-El método de las redes sociales ha pasado a la esfera del discurso político. La inmediatez, la espontaneidad y la formulación de cosas muy rotundas respecto del otro habrá que revertir porque no son aceptables. No solo hay que dialogar, sino “desear dialogar”, lo que significa reconocer que en el otro hay una posibilidad de algo bueno para ofrecer.
-¿Qué temas prioritarios están ausentes en la agenda política nacional?
-Ausentes no diría, pero siempre necesitamos, pero siempre necesitamos revisar los postulados o el modo en que se formulan. A veces demagógicamente se plantea el problema de los jubilados, pero el tema habría que afrontarlo seriamente para garantizar la estabilidad del sistema y hacerlo de modo que todos los jubilados y pensionados puedan tener un acceso digno a los bienes, medicamentos, alimentación. En educación se cuestiona el sistema, pero hay que ofrecer la mejor cantidad de herramientas educativas a los jóvenes y a los niños.
-¿Decayó el nivel educativo en las escuelas?
-Hay un decaimiento y, probablemente, en algunos sectores sociales hay menos acceso a herramientas y posibilidades. Se dio un modo de abordaje de los niños más disperso. Y a eso se suma la cuestión afligente de las apuestas y el juego clandestino, que a los chicos les ha generado, además del uso compulsivo del celular, hábito que antes eran impensables.
-¿Le preocupa a la Iglesia el avance del juego clandestino y las apuestas en los chicos?
-Sí, tenemos pronunciamientos contundentes, como el de los obispos de Córdoba. Hay que tomar conciencia y buscar que algunos referentes del deporte y artistas que son presentado como modelos y prototipos sean firmes a la hora de enviar sus mensajes.
-¿Qué relación espera tener con el gobierno de Javier Milei?
-La Iglesia siempre se presenta para ofrecer un servicio a la sociedad. Nos urge hacer notar que somos constructores, junto a otros, de una sociedad más justa y más fraterna. Queremos aportar a la realidad y construir. El lugar de la crítica tiene que ver con las medidas, con las perspectivas. No agredimos a las personas, sino que nuestra intención es poner luz sobre lo que nos parece.
-¿Qué enseñanzas dejan los casos de expresidentes que enfrentan procesos en la Justicia por hechos de corrupción?
-Perplejidad por las denuncias y un dolor porque uno siempre imagina una carrera política como un camino de reconocimiento público y no en el sentido inverso de la tacha, la difamación y la realidad de tener que asumir estos juicios. La Justicia tiene que actuar a tiempo y no debe ser un instrumento de vendetta política. Que siempre garantice la convivencia social.
-¿La Iglesia espera una autocrítica de las fuerzas políticas que gobernaron en los últimos años?
-Todo el que actúa tiene que hacerlo. En algún caso he escuchado autocríticas, pero muchos de nosotros buscamos a veces la culpa en los demás. Podemos correr el riesgo de ser “medio livianitos” a la hora de juzgar nuestras acciones o no darnos cuenta de que en algunas cosas no estuvimos a la altura de las circunstancias.
-¿La grieta y la violencia verbal persisten porque es redituable en términos electorales o políticos?
-La polarización que se tomó del lenguaje de las redes, de la inmediatez y la espontaneidad terminan pasando al lenguaje político y le hacen perder eficacia. En vez de contribuir a la confrontación de ideas se reduce a una esgrima verbal, ofensiva y agraviantes.
-¿Qué desafíos enfrenta hoy la Iglesia en términos pastorales?
-Cinco obispos de la conducción del Episcopado saliente y entrante [Oscar Ojea, Carlos Azpiroz Costa, Ángel Rossi, Dante Braida y el propio Colombo] participamos del Sínodo de la Sinodalidad, junto al Papa, en Roma. Uno de los temas principales es la misión. La Iglesia existe para evangelizar. Queremos presentar al Señor y esto tiene consecuencias. No presentamos una figura idílica o una utopía. Presentamos a nuestro Dios conscientes de su encarnación, de su participación en la vida de la gente.
-¿Qué significa concretamente la sinodalidad?
-La sinodalidad no es la realización de un evento, sino un estilo eclesial, un modo de ser Iglesia, donde la discusión, la reflexión y la puesta en común de pareceres precede a la toma de decisiones y también asegura la corresponsabilidad de todos los que participan en la vida de la Iglesia. Esto tiene valor testimonial frente a la sociedad civil. En una sociedad crispada, donde todo se polariza, la Iglesia ofrece este ideal de capacidad de escucha y diálogo.
-¿Qué conclusiones arrojó esa discusión em la asamblea de obispos?
-En estos días sonó con fuerza en la asamblea episcopal el tema de las regiones. La riqueza de la Conferencia Episcopal es partir de las especificidades de las iglesias particulares y las regiones a una visión en conjunto. Una Iglesia unida para servir a la sociedad argentina.
-¿Se puede esperar una participación más activa de los laicos, de la mujer, en las estructuras de la Iglesia?
-Hay muchos espacios en el Episcopado en el que tenemos laicos, como los secretarios ejecutivos, ecónomos. Hay curias que tienen cancilleres laicos o laicas. En algunas diócesis tenemos parroquias encomendadas a sectores laicos, que con la ayuda de un sacerdote animan la vida pastoral de una comunidad. Esto requiere una conciencia en su aplicación para hacerlo eficaz y podelro extender en el tiempo.
-¿Vendrá Francisco a la Argentina?
-Nosotros queremos que venga y él también desea venir. El año próximo es un año jubilar, con mucha agenda, pero no perdemos las esperanzas. En un mensaje que le enviamos al Papa en esta asamblea le dijimos: “Ya sabés que queremos que vengas y estamos aquí esperándote”.
-¿Hay descontento o desencanto en parte de los fieles frente a la figura del Papa?
-No tengo una visión acabada, porque eso va y viene. Muchas veces tiene que ver con enfoques de momentos puntuales, manifestaciones determinadas o repercusiones mediáticas de lo que Francisco ha hecho o dicho. En el diálogo y el encuentro con él, la gente se desarma porque es un hombre sencillo, entusiasta y muy empático. Cuando uno está con él tiene la percepción de que toda la atención está puesta en lo que uno le expresa. Hay mucha gente que lo espera.