La verdadera revolución en el cuidado de la salud mental no proviene de terapias complejas ni de intervenciones farmacológicas, sino de la identificación precisa de siete hábitos cotidianos que, aplicados de forma coordinada, logran reducir síntomas de ansiedad y depresión con una eficacia medible. Esta es la conclusión central del Estudio de Evaluación Repetida de Comportamientos y Síntomas en la Población (RABSYPO), una investigación que logró transformar décadas de recomendaciones intuitivas en un protocolo universal basado en evidencia científica.
El trabajo, liderado por científicos del IDIBAPS y el Hospital Clínic de Barcelona, se distingue por su enfoque metodológico: durante un año, 942 españoles participaron en un seguimiento intensivo, con más de 22.500 cuestionarios completados y una tasa de retención del 90%, un valor excepcional en estudios de este tipo.
Cada dos semanas, los participantes reportaron sus hábitos y su estado mental, lo que permitió a los investigadores analizar la evolución de los síntomas con una granularidad inédita. Para procesar este volumen de datos, el equipo empleó modelos estadísticos avanzados —específicamente, modelos autorregresivos de media móvil de efectos mixtos (ARMA)— capaces de aislar el impacto de cada comportamiento sobre la salud mental.
El contexto de la investigación no es menor. Según el Spanish Journal of Psychiatry and Mental Health, la prevalencia global de ansiedad y depresión alcanzó niveles alarmantes: más del 25% de la población mundial reporta sentimientos de aislamiento y soledad, mientras que más de 150.000 personas entre 15 y 29 años mueren por suicidio cada año. Factores como la pandemia, la crisis climática y la sobreexposición a noticias negativas exacerbaron el deterioro del bienestar psicológico, una tendencia que la Asociación Psiquiátrica de Estados Unidos vincula directamente con la pérdida de empleo, desplazamientos forzados y la erosión de la cohesión social.
Frente a este panorama, el estudio RABSYPO aporta una novedad crucial: la validación empírica de comportamientos simples que, sin requerir intervención profesional, pueden implementarse a escala poblacional. Los investigadores subrayan que, aunque los efectos individuales de cada hábito son menores que los de los tratamientos clínicos, su accesibilidad y universalidad los convierten en herramientas esenciales para la prevención primaria.
Hábitos para el cuidado de la salud mental
El análisis detallado de los datos permitió cuantificar el impacto de cada hábito. Según señaló Wired, el primero y más contundente es la reducción de la exposición a noticias angustiantes, que se asocia con una disminución de -1,1 puntos en ansiedad y -0,9 en depresión. El consumo excesivo de información negativa, catalogado por la OMS como “infodemia”, se revela como un factor tóxico para el cerebro, con un efecto directo y mensurable sobre el bienestar mental.
El segundo hábito validado es la adopción de una dieta saludable y equilibrada, que reduce -1,0 puntos tanto en ansiedad como en depresión. El estudio confirma que el microbioma intestinal actúa como un “segundo cerebro”, y que las dietas ricas en glucosa y grasas saturadas favorecen la inflamación y los síntomas depresivos.
El contacto regular con espacios verdes y azules —naturaleza y cuerpos de agua— produce una mejora de –0,5 puntos en ansiedad y -0,4 en depresión. La exposición a la naturaleza activa circuitos cerebrales de restauración, un mecanismo inscrito en la evolución humana.
Asimismo, el ejercicio físico se asocia con una reducción de -0,4 puntos en ansiedad y -0,3 en depresión. Los datos respaldan la existencia de un “círculo virtuoso” en el que la salud física y mental se refuerzan mutuamente.
Por otra parte, las actividades relajantes —como yoga, música o jardinería— generan una disminución de -0,4 puntos en ansiedad, aunque este efecto se limita al corto plazo y depende de la constancia: solo se observa cuando se practican casi a diario.
La hidratación adecuada, en tanto, emerge como un factor sencillo pero relevante, con una reducción de -0,5 puntos en depresión. Incluso una deshidratación leve afecta la función cognitiva, y la solución es tan simple como incrementar la ingesta de agua.
Por último, el fortalecimiento de conexiones sociales offline aporta beneficios a largo plazo, entre 8 y 22 semanas después de iniciarse, al crear una red de apoyo que resulta fundamental en situaciones de crisis.
El estudio también desmonta algunos mitos: rutinas estrictas, hobbies o la interacción exclusiva con la familia no mostraron efectos significativos sobre la salud mental. El cerebro, concluyen los autores, responde de forma selectiva a ciertos estímulos y no a otros.
La aportación más relevante de RABSYPO, según el Spanish Journal of Psychiatry and Mental Health, es haber establecido un marco de medicina mental basado en evidencia sólida. Los efectos, aunque modestos —reducciones de 0,3 a 1,1 puntos en las escalas de ansiedad y depresión—, son estadísticamente significativos y aplicables a toda la población. Por primera vez, la salud mental cuenta con un protocolo universal, accesible y escalable, que no depende de recursos profesionales y que transforma la intuición en ciencia verificable.