Luis Sandrini y Malvina Pastorino en el Festival de Cine de Mar Del Plata en 1954

Figura central del cine argentino desde sus inicios, Luis Sandrini participó en las dos primeras películas sonoras del país: Tango y Los tres berretines, ambas estrenadas en 1933, pero su historia comenzó mucho antes. Su formación en las artes circenses y en representaciones gauchescas por barrios y pueblos bonaerenses marcó el inicio de una carrera que abarcó más de 500 obras teatrales y 76 películas, cifra pocas veces igualada en la industria nacional.

Nacido en Buenos Aires el 22 de febrero de 1905, creció en San Pedro como hijo de inmigrantes genoveses, el actor Luis Sandrini Novella y Rosa Lagomarsino. Desde pequeño trabajó como payaso en un circo familiar, para luego transitar diversos oficios —plomero, carpintero, inspector de ferrocarriles— antes de seguir los pasos de su padre. Es que pese a obtener el título de docente, su verdadera vocación lo llevó al escenario. En 1927, su padre le consiguió una recomendación con el productor Leandro Reynaldi, quien lo contrató para la obra Gallo Ciego de Otto Miguel Cione.

El primer sueldo fue apenas un suspiro: cinco pesos por día. Así, tan modesto y revelador. El Teatro de Verano de Reynaldi no parecía un palacio. Era apenas un terreno asediado por yuyos. Cuando Sandrini, impaciente e ingenuo, preguntó dónde quedaba su camarín, Leandro dibujó un cuadrado en la maleza con su bastón y, seco pero paternal, ordenó:“Mirá, éste es tu camarín. Andá a buscarte una pala y hacételo”.

Luisito debutó, pálido pero valiente. El rol: sargento. En el improvisado escenario lo rodeaban nombres hoy polvorientos en el recuerdo, pero entonces imprescindibles: Hilda Ferrer, Angela Reynaldi, José Puricelli, Humberto Ghiorzo… y otros obreros de tablas y aplausos furtivos.

Luis Sandrini es la figura máxima del espectáculo en la Argentina

Fue Reynaldi quien primero vio lo que casi nadie adivinaba: el destello genuino de un actor cómico. El empeño de aquel flaco, siempre tan estudioso y disciplinado, le valió algo insólito: papeles cada vez más importantes. Lo vio brillar en obras como Madre Tierra, de Berutti; El asistente, de Flores, donde por primera vez asumió el rol protagónico; y también Los Apaches de París y otras piezas que, por entonces, desbordaban funciones.

Así pasaron dos años. De 1927 a 1929 crecía en cada función, devoraba el escenario. Pero en el mundo del teatro, lo cierto es que los sueños siempre penden de un hilo. En 1929, se quedó nuevamente sin trabajo.

Nada lo detuvo. Pronto, se incorporó a la compañía de Pisano y Bonati, donde recorrió las salas de barrio, fogueándose en ese teatro de supervivencia y milagros. A mediados de 1929, el destino viró de nuevo: la actriz Elena Álvarez lo contrató para actuar en el legendario Teatro Colonial de Avellaneda.

Allí, en solo un año, participó en casi cien obras. La gente comenzó a buscar su nombre en los programas de mano. El mayor de todos los éxitos: El conventillo de la paloma, de Alberto Vacarezza. El vínculo entre ambos no tardó en estrecharse. Luisito y Vacarezza unieron fuerzas y se lanzaron juntos a una gira de un año, estrenando, por ejemplo, la obra Sunchales.

Luis Sandrini junto con Chela Cordero

Cada regreso en la vida del actor era un parto. Al volver de esa gira, Sandrini se integró a la compañía del “cabezón” Ramírez y el periplo por el interior comenzó de nuevo.De vuelta en Buenos Aires, el círculo se cerró y el azar almorzó con la suerte: actuó en el Teatro Buenos Aires. Una noche, en la penumbra plateada, lo vio alguien que cambiaría para siempre su historia: Elías Alippi. Quedó tan apasionado por su manera de pisar las tablas que le regaló un elogio definitivo:“Es un gran actor”.

En 1931 conoció en la compañía teatral a Chela Cordero. Allí estrenan la obra ¿Te acordás hermano que tiempos aquellos?, en el que hizo el papel de fondero. Al año siguiente, ambos contrajeron matrimonio, y la carrera del actor comenzó a consolidarse.

Durante un viaje laboral de Cordero a Uruguay, el actor inició un romance con Tita Merello, a quien conoció durante el rodaje de Tango!, película estrenada el 27 de abril de 1933.

También se lució en la radio, donde hizo Felipe, que fue el prototipo del porteño bonachón, creación de Miguel Coronatto Paz, que tuvo tanto éxito que años más tarde fue llevado a la televisión en Canal 13, donde compartió pantalla con otros grandes cómicos como Tato Bores, Alberto Olmedo, Pepe Biondi, José Marrone, Carlos Balá, Dringue Farías y Juan Carlos Altavista, entre otros.

El vínculo entre Sandrini y Merello permaneció oculto hasta que la cantante de “Se dice de mí” lo presionó para formalizar la relación. No fue hasta 1942 que la pareja se mostró públicamente, momento en el que Sandrini se divorció de Cordero, quien quedó en una situación económica precaria.

De hecho, cuenta la leyenda que, enterada de que la actriz atravesaba un delicado estado de salud. Tita fue a visitarla al hospital y sólo pudo expresar: “Perdone, señora, por todo el daño que le hice”. El gesto, cargado de culpa y humanidad, revela la intensidad de los vínculos y las heridas que marcan la vida sentimental de las personas. Y en el centro de este triángulo, Sandrini.

El concubinato no era aceptado socialmente en esa época, aunque en el ambiente artístico se consideraba que ambos formaban una pareja ideal. Sin embargo, la relación estuvo marcada por las infidelidades de él, lo que generó constantes conflictos. “Las minas lo pierden”, justificaban sus amigos. Merello, profundamente enamorada, sufría por la situación, en una relación que hoy se calificaría como tóxica.

En 1946, cuando a Sandrini le ofrecieron filmar en México, Merello interrumpió su exitosa carrera para acompañarlo, sacrificando el momento de mayor reconocimiento y crecimiento económico de su vida.

Tita Merello y Luis Sandrini

Al regresar a la Argentina en 1948, Merello recibió la propuesta de Eduardo de Filippo para protagonizar Filomena Marturano en el Politeama de la Calle Corrientes. Sandrini pretendía que ella rechazara la oferta para acompañarlo a España, donde rodaría Olé, torero junto a Paquita Rico. “Nos vamos”, le ordenó, seguro de que ella priorizaría la relación. Cansada de las humillaciones, Merello decidió quedarse. Sandrini sentenció: “Si no venís conmigo, lo nuestro se termina”, porque no soportaba ni su éxito ni su independencia. Y él finalmente cumplió su palabra.

Mientras Merello mantuvo vivo el recuerdo de Sandrini, él inició una nueva relación con Malvina Pastorino. Al principio, ella, dedicada a reemplazos teatrales, rechazó de manera tajante la propuesta de sumarse a la obra Cuando los duendes cazan perdices en el Teatro Smart, por él encabezada. Finalmente logró desarmar la resistencia de la actriz. La amistad se transformó en noviazgo tras una gira por Montevideo, y en mayo de 1952 se casaron en Uruguay. De esa unión nacieron Sandra y Malvina, las dos hijas del matrimonio. Solo la muerte del actor, el 5 de julio de 1980, los separó.

El 18 de junio de 1980, Sandrini concluyó el rodaje de ¡Qué linda es mi familia!. Al día siguiente, salió con amigos y, de repente, comenzó a hablar con la boca torcida. Sus acompañantes pensaron que bromeaba, pero pronto comprendieron la gravedad de la situación y lo trasladaron al Sanatorio Güemes, donde le diagnosticaron un accidente cerebrovascular. Tras varios días en coma, falleció el 5 de julio. Tenía 75 años.

El comediante mexicano Roberto Gómez Bolaños, el entrañable Chespirito, rebuscó en sus memorias un pedestal propio para su ídolo de infancia: “Se trata de un argentino que debería tener residencia oficial en el Olimpo de los comediantes: el señor don Luis Sandrini, un actor en toda la extensión de la palabra, que lo mismo nos arranca carcajadas que lágrimas”.

Malvina Pastorino y Luis Sandrini en

Ese respeto no surgió de la nada. Sandrini tejió su leyenda escena a escena y, con el correr de las décadas, las distinciones oficiales llegaron a buscarlo como aguas a la costa. En 1950, la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de la Argentina le otorgó el premio al mejor actor por su labor en la película La culpa la tuvo el otro. Ya antes, en 1949, la misma academia le había concedido una mención especial “por su brillante actuación en el cine argentino”.

El prestigioso Premio Cóndor de Plata volvería a destacar su nombre en lo alto: mejor actor cómico en 1950 gracias a sus interpretaciones en Don Juan Tenorio y Juan Globo.Unos años después, en 1954, el Cóndor de Plata al mejor actor volvió a descansar en sus manos, esta vez por la película La casa grande. Y en 1972, se repitió la hazaña con La valija.

El destino, caprichoso, guardó un último reconocimiento para el final: el Premio Konex de Honor 1981, el más alto galardón en su disciplina, otorgado de manera póstuma. Una corona para un reinado que, en la risa y la lágrima, nunca terminó de apagarse.“Había sido mi ídolo desde la infancia y lo siguió siendo siempre”, confesó Chespirito, poniendo en palabras lo que millones también pensaron.