Que a nadie le confundan los hits radiales ni los memes: Toto es una máquina rock-pop. Lo saben los fans (gente que en su mayoría vivió los 80, pero también muchos enterados jóvenes: se vieron familias enteras ocupando las butacas) y lo demuestran los pergaminos de sus miembros (sin pretender ocupar espacio con el eterno curriculum vitae de cada uno, nos limitamos a señalar que el guitarrista y bandleader de facto Steve Lukather tocó en Thriller de Michael Jackson).
Venían algo heridos en su formación: Lukather es el único miembro fundador que queda en el grupo, con el tecladista David Paich inactivo por razones de salud (aunque se lo sigue considerando parte de la banda: figura como “director musical”), el cantante Bobby Kimball y el tecladista Steve Porcaro alejados y el baterista Jeff Porcaro y el bajista Mike Porcaro (este último no original, pero sí parte de la alineación “clásica”) fallecidos. El vocalista Joseph Williams -que estuvo entre 1986 y 1989 y de 2010 en adelante- es el segundo integrante con más trayectoria dentro de la banda, y el resto (el hombre orquesta Warren Ham, los tecladistas Greg Phillinganes y Dennis Atlas, el baterista Shannon Forrest y el bajista John Pierce) tiene más o menos años en el equipo, pero todos fueron elegidos con la sabiduría de quien maneja un raro don: el de poner el virtuosismo en servicio del gancho.
Se podían ver varias “capas” de fanáticos en el Movistar Arena. Estaban los superficiales, que se empacharon de éxitos de FM en la previa y que se maravillaron con “Hold the Line”, que ocupó el segundo spot del set. Estaba también la vieja guardia, los hardcore de Toto, que se sintieron celebrados de movida con “Girl Goodbye”, del debut homónimo de 1978). Y además había un tercer grupo de seguidores: los profesionales, a quienes Lukather reconoció explícitamente (“¿Hay muchos músicos en el público?”, preguntó, y se levantaron demasiadas manos) porque sabe de sobra que Toto es una sensación entre colegas. No por nada Eddie Van Halen dijo alguna vez sobre ellos: “Colectivamente, la banda compuesta por los mejores músicos del planeta”. Como sea: nuevos, enfermitos y especialistas compartieron el logro de haber agotado las entradas en pocos días, en el estadio más grande en el que el grupo tocó en Buenos Aires (había pasado por Obras, el Ópera y el Gran Rex), en un contexto ciertamente no muy favorable para invertir en entretenimiento.
Con brillo individual
Poner el énfasis en alguna performance es inútil, porque el deslumbramiento varía según a quién le toque el reflector. Por ejemplo, el bajista John Pierce ofrece una línea de bajo imposible y a la vez terriblemente efectiva en la mencionada “Girl Goodbye” y en “99″ (tanto es lo que se luce que Lukather aprovecha para presentarlo). Y más adelante Phillinganes le saca lustre a su teclado en su solo y en el instrumental “Jake to the Bone”, y Forrest también muestra lo que sabe hacer en su (largo) pasaje de quedarse sin compañía en el escenario, y Ham sale de su lugar en las sombras para revelarse como un cantante de enorme caudal en “Home of the Brave”, y Williams riega con su talento todo el set pero especialmente “Pamela”, una canción que -dice- le escribió a una novia suya que le rompió el corazón en los 80 y que ahora está obligado a cantar todos los días de su vida. Mención aparte para Lukather, un guitarrista al que muchas veces se excluye injustamente de las listas de guitar heroes más técnicos de todos los tiempos (¿será que no lo acompañó la estética como para entrar a ese olimpo?) pero que siempre encuentra las notas y el lenguaje justos: así como se cruza en un duelo picante de jazz funk con Phillinganes en “Pamela”, también es capaz de riffear en “I’ll Supply the Love” (¿soft rock de los 70? Sí. ¿Bubblegum pop de los 60? También. ¿Glam metal de los 80? Increíble pero un poco, sí) o de emular al Jimi Hendrix más sedoso en su versión de “Little Wing”, o de agregar un solo filoso al final del lentazo “I’ll Be Over You”, o de aportar pellizcos sutiles al pulso étnico de “Burn”. Un todoterreno que, además, derrocha carisma.
El tema es que, además de todo esto, le quedaban más hits. Algunos ajenos: en la presentación de los miembros se repasaron fragmentos breves de canciones en las que había participado cada uno: Lukather en “Beat It” de Michael Jackson, Phillinganes en “I Keep Forgettin’” de Michael McDonald, Pierce en “The Power of Love” de Huey Lewis and the News, Williams en… ¡”Hakuna Matata” de la banda de sonido de El Rey León! Quedaba tiempo para un cover más (“With a Little Help from My Friends”, de los Beatles pero en versión Joe Cocker), para un saludo del tecladista Dennis Atlas a su familia argentina y para la tanda final de “canciones que conocemos todos”, con la inoxidable “Rosanna” y el emblema “Africa”, la canción que les dio una extraña fama memética aunque no merezca ironía alguna.
Steve Vai, maravillado al salir de ver a Toto, dijo hace un tiempo: “Esta banda creó un sonido propio y único. Es la perfecta mezcla de rock, pop, fusión y un poco de jazz, todo en un paquete totalmente armonizado”. Y Vai tiene razón: lo que queda después de estas dos horas de concierto es la certeza de que su especialidad es la precisión, el ensamble, la fidelidad, el groove y esa magia intangible de conectar sonido, mente y físico a la que, a falta de nombres más descriptivos, procederemos a llamar “onda”.