La soja se ha consolidado como un punto central en la disputa comercial entre Estados Unidos y China, el mayor importador mundial de esta oleaginosa. Al inicio de la nueva temporada de cosecha, China decidió suspender la compra de soja estadounidense, llevando la tensión en la guerra comercial a un terreno estratégico para ambos países. Tras un breve repunte de pedidos chinos a finales de octubre, que coincidió con un acuerdo comercial bilateral, las compras se volvieron a frenar, afectando severamente a productores en el país norteamericano.
El descenso en las compras ha tenido consecuencias financieras notables para agricultores estadounidenses, que históricamente dependen en gran medida del mercado chino. En respuesta al boicot, China ha recurrido a proveedores alternativos, incrementando sus importaciones desde Brasil y Argentina.
Desde Washington, se afirmó que Beijing se comprometió a adquirir 12 millones de toneladas de soja estadounidense antes de finalizar el año, seguidas de 25 millones anuales durante los tres siguientes. Estas cifras, difundidas por el equipo de Donald Trump, aún no han sido confirmadas oficialmente por las autoridades chinas. No obstante, Beijing sí ha procedido a reducir aranceles sobre la soja estadounidense.
La importancia de la soja en el sistema alimentario chino es clave, ya que la mayor parte de sus importaciones se destina a la producción de harina de soja para alimentar ganado porcino y otros animales, además de su uso en aceites de cocina y derivados alimentarios. Tradicionalmente, Estados Unidos es el segundo mayor proveedor de soja para China, representando cerca de una quinta parte de sus compras. Esta relación ha servido de palanca política para China, que presionó a un sector considerado fundamental dentro de la base electoral republicana.
La interrupción de las compras chinas comenzó en mayo, como represalia a los aranceles impuestos por la administración de Trump sobre bienes chinos. Durante casi dos meses desde el inicio del nuevo año comercial en septiembre, Beijing evitó reservar cargamentos de soja estadounidense. Trump denunció la suspensión de compras como una maniobra para obtener ventajas en las negociaciones y calificó el acto como “económicamente hostil”. China ya había aplicado restricciones similares durante el conflicto arancelario de 2018-2019, que derivó en el acuerdo conocido como “Fase Uno”, por el cual se comprometía a adquirir miles de millones de dólares en productos agrícolas estadounidenses a cambio de una reducción de aranceles.
La reducción sostenida en las compras provocó una acumulación de existencias y una caída de precios en Estados Unidos. Al perder a su principal comprador —China concentra más de la mitad del volumen de exportación estadounidense de soja, valorado en USD 24.500 millones—, los agricultores enfrentan menores ingresos y decisiones difíciles sobre almacenamiento. Investigaciones de la Universidad de Purdue han advertido que el aumento en los costos de insumos como fertilizantes y semillas, junto con precios deprimidos, compromete la rentabilidad del sector. Muchos productores han optado por almacenar sus cultivos ante la dificultad de colocar la mercadería a precios rentables.
El impacto ha permeado toda la industria: desde los elevadores de grano hasta las firmas transportistas que movilizan la soja para exportación, incluidos los procesadores que dependen de la actividad de compra internacional. El gobierno estadounidense había anunciado que destinaría fondos recaudados a través de los aranceles para asistir a los agricultores afectados, aunque la entrega de ayudas requería la reapertura gubernamental y aprobación presupuestaria.
De acuerdo con analistas, China podría cerrar el año importando alrededor de 12 millones de toneladas de soja estadounidense, menos de la mitad de los envíos registrados en la campaña anterior, que alcanzaron 27 millones. Actualmente, los grandes compradores y procesadores chinos disponen de altos inventarios, y las reservas oficiales aportan estabilidad al suministro interno.
Pese a los compromisos difundidos, el volumen acordado aún resultaría inferior al registrado tras el pacto comercial de 2020-2021, cuando las exportaciones estadounidenses de soja hacia China repuntaron a 34,2 millones de toneladas. Desde entonces, China ha diversificado sus proveedores para evitar depender de un solo socio en un rubro estratégico para la seguridad alimentaria y la estabilidad económica, con Brasil ampliando notablemente su participación como principal vendedor.
El próximo año, los agricultores estadounidenses enfrentarán un entorno competitivo desafiante, con China inclinándose a favor de la cosecha récord prevista en Brasil, lo que podría dificultar el retorno a los niveles habituales de compra. Esta mayor exposición a los productores sudamericanos también implica para China el riesgo de precios más altos y una mayor sensibilidad a condiciones climáticas adversas en la región.
(Con información de Bloomberg)