Javier Milei durante la primera jornada de la Cumbre del G-20 en Río de Janeiro

Los jóvenes, en estas cuatro décadas de democracia, han jugado un rol importantísimo en los distintos gobiernos. Pareciera que “la savia” nueva es anhelada por dirigentes ya maduros, que quieren transfundir en ellos la juventud -siempre con rebeldía, con gran dosis de insensatez y mucho de osadía-. Eso no estaría mal (copian a Perón con la “juventud maravillosa”, pero recordemos que aquello no terminó bien y ni Perón en los 70 pudo manejarla) si no permitiesen ser encapsulados por ellas.

Hemos visto que el trasvasamiento generacional no funcionó políticamente. ¿Quién de todos los jóvenes que en estas décadas daban la vida por el líder del momento, llegó a reemplazarlo? Llegaron a legisladores, ministros, que no es poco, pero no hay quien se haya convertido en un líder convocante. Fracasaron. Milei lo demostró. El actual presidente, enamorado de la violencia verbal, siente -parece- necesitarlos. Seguramente, muchos de ellos -no todos, dado que algunos son muy preparados-, no pasarían las pruebas PISA.

Los presidentes, en estos 41 años de democracia nueva, tuvieron sus juventudes. Ninguna se atrevió a tanto en su agresividad como la del Gordo Dan -él ya no es joven, pero la impulsa-. Lo que los Presidentes no advierten cuando el único nexo con la realidad son estos grupos de fanatizados jóvenes, es que los alejan de la realidad. Son los autores contemporáneos del diario de Irigoyen.

En general, los de ayer y los de hoy, son jóvenes rentados: primer indicio del despegue para con lo cotidiano; sus realidades, las que les cuentan a sus respectivos presidentes, a los que sí o sí deben agradar, jamás contradecir; producen el divorcio sin mediación previa con la sociedad.

El presidente Milei está atravesando un momento con algunos indicadores positivos. Son exhibidos con el suficiente brillo como para cegar la otra realidad, la que debiera abocarse a intentar corregir, en tanto y en cuanto su ideología la contemple.

Hace cuatro décadas que en Argentina no crece el empleo formal, no crecen las pymes, pero sí la informalidad, la desocupación y la pobreza”, me indicó el recientemente elegido presidente de la Federación Gremial de Comercio e Industria de Rosario, Eduardo Maradona. Y remató: “trabajamos tres puntos: bajar costos laborales, no salarios; los costos impositivos; y la falta de financiamiento para las pymes”.

Su par nacional, Daniel Rosato (Industriales Pymes Argentinos), afirmó: “Por el mes de marzo anunciamos lo que iba a suceder con las importaciones indiscriminadas: contracción muy fuerte. Previmos la pérdida de 100 mil puestos de trabajo y ya vamos por los 200 mil. Cada intermediario en la cadena comercial tiene costos impositivos y de producción tan altos que encarecen al producto un 70% más que el que llega de afuera. Hoy no es solo un problema de las pymes. Paolo Rocca lo viene anunciando, el acero que ingresa vale la mitad que el producido aquí”.

“Si no se baja el costo energético, si no se baja la presión impositiva, sumada a la apertura indiscriminada de las importaciones, hoy sostengo que van a cerrar 25 mil pymes argentinas (5% del sector productivo nacional) y perderemos 300 mil puestos de trabajo. No contemplar el tema industrial en el gobierno es por un problema ideológico”, concluyó.

Hay muchos economistas que coinciden (con matices) con el gobierno libertario, pero muy pocos lo expresan públicamente.

Temen el accionar del aparato de destrucción de todo y todos de los que no coinciden con el presidente democrático, al que pretenden convertir en emperador, sembrando el peor clima para la gente de bien, que desea ayudar a un presidente que tiene todas las condiciones para abrazar y conducir un proceso democrático. Porque Milei, a su modo, es valiente, y para ser democrático hay que ser valiente.

Solo los débiles pueden ser emperadores, dictadores o autócratas. Reemplazar el insulto por la idea atrasa, y evidencia la fortaleza de los débiles.