Una “morcilla Fátima” dedicada a la ex primera dama –bien cocida–, una ensalada que se llama Carmen Barbieri; otra, Luis Ventura. Moria Casán como madrina y una estatua de Rodrigo Bueno en la puerta de entrada.

Todo eso es El Corralón, una parrilla de barrio que, desde hace años, nuclea a artistas, deportistas, políticos y productores del espectáculo. Se lo conoce como “el restaurante de los famosos” y fue fundado por Guillermo Miguel hace 31 años en Balvanera, sobre la calle Anchorena. “Esto es un popurrí, como La Biblia y el Calefón. En una mesa tenés a Ricky Maravilla y en otra a un premio Nobel”, describe Carolina, la hija de Guillermo que frecuentaba el lugar de chica y que, desde hace dos años, pasó a estar al frente.

En la puerta, junto a la figura del Potro en bata, está la placa que recibieron en 2017 como Sitio de Interés Cultural de la Ciudad.

En solo una ida al baño es posible cruzarse con fotos de las celebridades que los visitaron: Mirtha, Susana, Pinti, Soldán, Alfano, Salomón, Salgueiro. Menem con Cecilia Bolocco, Scioli, Alejandro Sanz y Cristian Castro, Dyango, Caloi, Galeano, Sabatini, Ginóbili, Arturo Puig, Cecilia Dopazo… “Y faltan. Hay algunos que vinieron y no están en los retratos: cuando estuvo Tommy Lee Jones no lo reconocimos. Ricardo Arjona no se sacó foto”, comenta Carolina. También está la imagen de la noche en que Gerardo Sofovich y Flor de la V se amigaron “gracias a Guillermo, que los acercó”.

La estatura de Rodrigo Bueno, en la entrada del lugar

Como las paredes ya no alcanzan, los personajes firman las sillas, como se lee que hicieron Nito Artaza, Pimpinela, Sergio Denis, Marcela Tinayre. Sobre la heladera, un mini santuario de El Potro con un primer plano del cantante que dice “Prohibido olvidar”. Maradona tiene su altar, y hay un recorte de un diario italiano que habla de El Corralón como el restaurante favorito de Diego. Todo el salón está decorado con lo que le regalaron a Guillermo: de la réplica de la Copa del Mundo que Argentina ganó en el ‘86 (otorgada por el 10) a la placa en la que el jugador le agradece su amistad. Una pelota de rugby que le dejó Pichot. La camiseta del Real Madrid autografiada por todos los jugadores que le envió Simeone. Guantes de boxeo, banderines, un billete de 100 pesos firmado por Carlitos Balá y hasta un diploma de la Universidad de la Calle.

Un altar para Maradona, en una de las esquinas de El Corralón

“Se lo dio Cacho Rubio, que es uno de los fundadores del Martín Fierro. Mi papá se crio en la calle, tiene esos códigos. Es un muy buen consejero y un gran confidente: guarda todos los secretos. El famoso es una persona como cualquiera y él los trata a todos por igual. Se sentaba en la mesa de Moria y en la de clientes anónimos y charlaba con todos”, explica Carolina, que continúa con el rol de anfitriona: “Soy muy parecida a mi papá, los clientes me lo dicen”. Hoy, trabaja junto a su hermano Caio –10 años mayor– que está desde que empezó El Corralón. “Nos complementamos: él se encarga de lo importante y yo del cotillón, soy la que habla con la gente.”

Carolina Miguel, hija de Guillermo, es hoy la anfitriona del restaurante

–¿Tu papá fue siempre el único dueño de El Corralón?

–En 1992, cuando empezó, tenía socios. Después de varios intentos fallidos de abrir un restaurante como uno que había tenido en Mar del Plata, se juntó con unos socios que le dijeron que sí, que lo querían hacer como hobby. Ellos no eran gastronómicos, pero tenían la posibilidad de invertir y mi papá les pagó con trabajo. Y la gente terminó viniendo por él. Al cabo de unos años, ellos ya no querían saber nada. En cambio, para mi papá esto era su vida. Estaba 24/7 acá, hasta limpiaba. Pasó por todos los puestos del restaurante. Se bañaba acá.

El salón de Anchorena, en la actualidad

–En estos 31 años, ¿siempre estuvieron en el mismo local?

–Siempre estuvimos en la misma calle, Anchorena. El primero era acá enfrente, frente a la plaza, donde estuvo El Corralón por 20 años, hasta que el local se vendió para hacer un edificio, y justo encontramos este cruzando la calle.

–¿Y cuándo se convirtió en un éxito?

–Le fue bien desde el principio, a la semana de abrir tuvimos que cerrar dos días para organizarnos porque no esperábamos tanto público tan rápido. Luego empezaron a venir famosos y así se hizo conocido en seguida. Los artistas salían del teatro a la una de la madrugada y el único que los esperaba para comer era mi viejo, muy amigo de Moria, de Marixa[Balli]. Sofovich lo amaba, al punto que durante dos años mi papá estuvo en Polémica en el bar. Le daba mucho rating. Todo sin libreto: él tenía que hacer simplemente lo que hacía acá, pero en televisión.

–También se hizo un boca a boca entre los famosos…

–Sí, porque en los ‘90 Pepe Parada, que es un reconocido productor, tenía su oficina acá. Iba a su mesa y citaba a todos para firmar los contratos. El último día que vino Rodrigo estaba Karina [Jelinek] recién llegada de su provincia, que había venido a firmar su primer contrato para el espectáculo. Aún estaba rubia y trabajaba como modelo.

Gerardo Sofovich y Flor de la V se reconciliaron en el restaurante, gracias a la intervención de Guillermo

–¿Todo de noche? ¿O estaba abierto de día?

–Antes hacíamos los dos turnos, pero mi papá se dio cuenta de que al mediodía la gente venía apurada. En cambio, de noche, tomaban vino, había más sobremesa, se quedaban disfrutando, distendidos, así que decidió abrir solo para la cena. Él es larguero, se quedaba hasta las cuatro de la mañana. No quería que esto fuera una parrilla al paso, quería que fuera un encuentro de amigos. Siempre fue un restaurante diferente, tiene una energía especial. Hay una frase que nos dejó un cliente de toda la vida que lo describe muy bien: ‘En El Corralón sos la persona que soñaste ser’. Pasaron presidentes, deportistas. Manu Ginóbili llamaba desde el aeropuerto y decía: ‘Estoy yendo para allá, ¿me guardás una entraña?’. Maradona también comía entraña y venía súper seguido, porque eran amigos con mi papá. Yo me hice firmar el cuello por él y me lo tatué. Una noche, Diego agarró a upa a mi hija, porque estaba llorando, se la acomodó en el brazo y me dijo: ‘Así me dijo Claudia que se calman’.

Carolina con su hija y Diego Maradona

–¿Una anécdota especial que recuerdes de todo este tiempo?

–Un cliente lo desafío a Maradona y le dijo que no podía hacer jueguitos con todo y él agarró un pocillo de café y se puso a hacer jueguitos. Hasta una copa de champaña sostuvo en la frente [risas]. Recuerdos tengo miles. Panam estaba de novia con Alejo Clérici: traían metegoles y jugaban partidos con Sofovich, a él no le gustaba perder en nada, ni al metegol. Yo acá me hice amiga de Marixa Balli, empezó a venir muy seguido, venía con Rodrigo, los dos juntos eran un fuego. La mejor foto de ellos es la que está allá colgada, él le está estampando un beso.

Guillermo Miguel entabló una amistad con Maradona, que era habitué del lugar

–¿Rodrigo cenó por última vez en su vida en El Corralón?

–Sí, así fue, hay varias fotos de esa noche. Salió de un programa de tele y se vino a cenar, con su hijo y los músicos. El local estaba lleno y mi papá le dijo que no viniera, pero él respondió que comía rápido, que se iba al show que tenía que dar en La Plata, era el único que estaba haciendo porque estaba cansado de hacer tantos. Era temprano… Pepe Parada lo invitó a su mesa, y ahí le presentó a Fernando Olmedo: lo habían dejado plantado tres amigos, por eso se sentó con Pepe. Cuando Rodrigo lo conoció le dijo: ‘Vos te venís conmigo a La Plata’. Al principio Fernando se negó, ‘te voy a ver otro día’, decía. Finalmente se fueron para La Plata, hizo el recital, cuando salieron se fueron juntos y tuvieron el accidente. De acá se fue perfecto. Solo tomó agua. Se salvaron todos menos ellos dos, en la camioneta iban muchos más.

Rodrigo Bueno con su hijo Ramiro, cenando en El Corralón la misma noche en la que más tarde perdería la vida

–¿Cómo se quedó tu papá?

–Fue un shock grandísimo. No paraba de sonar el teléfono en casa. Los periodistas afuera. La gente nos quería comprar las copas, las sillas, lo último que había tocado Rodrigo. Una locura, algo increíble.

–¿Actualmente tienen relación con la familia?

–Sí, Ramiro tiene 27 años y viene a comer con su novia una vez por mes, por lo menos.

–¿Tu papá sigue viniendo?

–Se enfermó con la pandemia. Le hizo muy mal no poder abrir su negocio. Cumplió su objetivo de mantener a todos sus empleados. Salvador, por ejemplo, está hace 31 años. Hace dos años que papá no viene al local, queremos traerlo para que vea que todo volvió a la normalidad.

Carolina junto a su padre Guillermo, que desde hace dos años no va al restaurante

–¿Cuáles son los platos fuertes de su cocina?

–De las entradas, el vitel toné. La provoleta de la casa, con jamón, roquefort, morrón y huevo duro. Hay una suprema a la fiorentina que es riquísima, gratinada con espinaca a la crema, puré duquesa y papas noisette. De las pastas rellenas, a mí me gustan los ravioles de calabaza. Y los fetuccini caseros con salsa de la casa: fileto, un toque de crema, verdeo, pollo, jamón, champis.

–¿Y de la parrilla?

–El asado. Por el bife de chorizo vienen clientes colombianos y brasileños. La guarnición estrella es una gran variedad de ensaladas: cada una lleva el nombre del famoso que la comía.

–¿Por qué el flan se llama Julián Weich?

–Una vez vino con su programa y pidió ese postre que él inventó: flan con helado, todo junto. Y nos dijo: ‘A partir de ahora, ponelo en la carta y que se llame como yo’.