
El reconocimiento internacional que consagró a Gabriela Mistral como la primera autora hispanoamericana en recibir el Premio Nobel de Literatura el 12 de noviembre de 1945, fue el desenlace de una compleja travesía marcada por el esfuerzo colectivo, la superación de obstáculos institucionales y la perseverancia de la propia escritora. Ochenta años después, la historia de su candidatura y premiación revela no solo el impacto de su obra, sino también el entramado de voluntades y circunstancias que hicieron posible este hito para la literatura de América Latina.
El movimiento que impulsó la postulación de Gabriela Mistral al Nobel se gestó en 1939, cuando desde Ecuador surgió una campaña que rápidamente se extendió por todo el continente americano. La prensa y las instituciones literarias de Chile y de la mayoría de los países de la región respaldaron la iniciativa, a la que se sumaron las Academias de Letras oficiales, incluida la española. La propia Mistral relató en una entrevista concedida a la agencia United Press en Río de Janeiro, en 1945: “Voy a contar cómo surgió mi candidatura para el Premio Nobel. La idea nació de una amiga mía, Adela Velasco, de Guayaquil, quien escribió al extinto presidente de Chile, señor Aguirre Cerda, que fue compañero mío, y sin consultarme presentó mi candidatura. En este momento tengo también que recordar a Juana Aguirre, esposa del Presidente».
El estudioso Norberto Pinilla, especializado en la obra de la autora, señala que la primera iniciativa documentada provino de Virgilio Figueroa, quien en 1933 publicó La divina Gabriela y solicitó el Nobel para la escritora, aunque su petición no tuvo eco en ese momento. Más allá del respaldo continental, la candidatura enfrentaba exigencias formales de la Academia Sueca: debían conocer la obra del autor, lo que requería traducciones al sueco, inglés o francés. La propia Mistral reconocía la dificultad de este requisito, pues, como ella misma afirmaba, “el poeta es la persona literaria menos traducida en el mundo en forma de libro”.

Desde Niza, en 1939, Gabriela Mistral comunicó estos requisitos a Gabriel González Videla, entonces embajador de Chile en Francia, y le proporcionó la información solicitada. No obstante, expresó su negativa a promover activamente su candidatura: “Yo… no me doy ninguna diligencia en ayudarlos, aunque agradezco mucho su generosidad. Jamás haré el papel de vocero de mi nombre literario ni de mi obra misma”. Mistral consideraba que otros escritores latinoamericanos, como Rómulo Gallegos, Alfonso Reyes o Casiano Ricardo, también merecían el galardón, y lamentaba que Leopoldo Lugones no lo hubiera recibido. Además, subrayaba que “nuestra literatura hispanoamericana es conocida en Europa sólo por los especialistas y por los que leen español”.
A pesar de las dificultades, la campaña continuó, impulsada por el presidente chileno Pedro Aguirre Cerda (que era profesor de castellano y filosofía). Los poemas de Gabriela Mistral comenzaron a traducirse al francés gracias a Francis de Miomandre, Georges Pillement, Mathilde Pomes y Max Daireaux. Gabriel González Videla organizó la publicación de estas traducciones, con un prólogo del escritor y poeta francés Paul Valéry, aunque la autora rechazó este último por considerar que Valéry no dominaba el español y, por tanto, no podía juzgar adecuadamente sus versos. En una carta a la traductora y crítica literaria frances Matilde Pomes, Mistral expresó: «Yo tengo por Valery la más cabal y subida admiración en cuanto a capacidad intelectual y a una fineza tan extremada, que tal vez nadie posee en Europa, es decir, en el mundo». Finalmente, aceptó un prólogo de Francis de Miomandre, más conocido como traductor del español.

El estallido de la Segunda Guerra Mundial interrumpió la publicación del libro y llevó a la Academia Sueca a suspender la entrega de premios desde 1940 hasta 1944. A pesar de la suspensión, continuaron llegando a Estocolmo peticiones de apoyo a la candidatura de Gabriela Mistral desde diversas instituciones y personalidades. El interés generado motivó al secretario de la Academia Sueca, Hjalmar Gullberg, a traducir al sueco varios poemas de la autora, seleccionados de Desolación y Tala, lo que dio lugar a una antología publicada en 1941 bajo el título Poema del hijo en Bonniers Littera Magasin. Así, la poesía de Mistral comenzó a ganar reconocimiento en Suecia, acercando la posibilidad del Nobel.
El momento en que Gabriela Mistral recibió la noticia del premio quedó grabado en su memoria. En una carta a su colega chilena Matilde Ladrón de Guevara, relató: “Estaba sola en Petrópolis, en mi cuarto, escuchando en la radio las noticias de Palestina. Después de una breve pausa en la emisora se hizo el anuncio que me aturdió y que no esperaba. Caí de rodillas frente al crucifijo que siempre me acompaña y bañada en lágrimas oré: ‘¡Jesucristo, haz merecedora de tan alto lauro a ésta tu humilde hija!…’ Matilde, si no fuera por la traducción maestra que hizo de mi obra el escritor sueco, puliendo mi técnica, y con ello, mejorando mis poemas, tal vez jamás me habrían favorecido con el gran premio. Créalo, hermana”.

Tras la confirmación oficial del galardón, Gabriela Mistral inició los preparativos para viajar a Suecia. La ceremonia de entrega estaba programada para el 10 de diciembre, y su partida se fijó para el 18 de noviembre. La autora, preocupada por el clima nórdico y el atuendo adecuado para la ocasión, aceptó el préstamo de un abrigo de pieles ofrecido por la esposa del embajador de Suecia en Chile. La acompañó en el viaje María Ana de Terra, esposa del sobrino del expresidente Terra de Uruguay, mientras la salud de Mistral se encontraba deteriorada. El 18 de noviembre, ambas embarcaron en el vapor Ecuador, despedidas por autoridades como el embajador de Chile, Beltrami Morales, y el ministro plenipotenciario de Suecia, Ragnar Kamlin. Antes de partir, la escritora declaró a un periodista de la Agencia Reuters: “El nuevo mundo ha sido honrado en mi persona. Por lo tanto mi victoria no es mía, sino de América”.
El Ecuador llegó al puerto de Göteborg el 8 de diciembre, y al día siguiente, Mistral y María Ana de Terra tomaron el tren hacia Estocolmo. Allí las recibieron el embajador de Chile, Enrique Gajardo Villarroel, el presidente de la Fundación Nobel, Ragnar Sohlman, y el secretario de la cancillería sueca, Bill Hagen. La ceremonia se celebró el 10 de diciembre a las 17 hs. en el Konserthuset de Estocolmo, con la presencia de más de tres mil invitados, entre ellos la familia real sueca, el cuerpo diplomático y el primer ministro. El rey Gustavo V entregó el premio.
El escritor argentino Manuel Mujica Láinez, enviado especial del diario La Nación, describió el ambiente en el hotel a la llegada de Mistral desde Göteborg: “Los periodistas la asediaban y ella accedía a sus solicitudes con la graciosa hidalguía que le es propia, dejándose retratar con el enorme abrigo que ha traído del Brasil, y que le prestó allí la esposa del ministro de Suecia, pues la poetisa no ha tenido tiempo materialmente para preparar un ajuar adecuado a los rigores de este clima”. En conversación con Mujica Láinez, la autora reflexionó: “Evidentemente, lo que Suecia deseaba es que la alta recompensa recayera en la América del Sur. Otros hubo que pudieron recibirla con tantos o más méritos que yo… Si a alguno creo celebrar es a esa multitud de niños de ayer que son los hombres de hoy y que en todo el continente me conocieron y me quisieron, porque yo los conocí y los quise”.

Mujica Láinez también ofreció una crónica detallada de la ceremonia: “Había comenzado a nevar. A las 17 horas en punto el rey Gustavo V entró al Palacio de los Conciertos acompañado de su familia. Los premiados fueron apareciendo en el proscenio precedidos por el anuncio metálico de los clarines. La escritora chilena llegó del brazo del secretario de la Academia de Letras. Entre los que habían obtenido el galardón se encontraban Fleming, Chain y Florey a quienes debemos la penicilina. Se ejecutó el himno sueco, se escuchó un breve discurso del presidente de la Fundación y luego se procedió a presentar a los premiados. A medida que éstos eran proclamados, descendían del estrado y recibían de manos del Rey el diploma y la medalla. El monarca pronunciaba unas breves palabras y los aplausos se oían en la sala. Cuando le tocó el turno a Gabriela Mistral, los aplausos se hicieron más intensos, probablemente porque se trataba del primer escritor hispanoamericano que recibía el premio y la quinta mujer a quien se otorgaba esa recompensa».
La presentación de Gabriela Mistral estuvo a cargo de Hjalmar Gullberg, secretario de la Academia Sueca, quien, tras dirigirse en sueco a la audiencia, habló en español a la galardonada. En su discurso, Gullberg evocó la historia de la autora, desde su infancia en el valle de Elqui, su formación autodidacta y su labor como maestra rural, hasta el dolor personal que marcó su poesía. Recordó cómo la tragedia de la pérdida de un amor en 1909 transformó a Lucila Godoy Alcayaga en Gabriela Mistral, y cómo su voz, surgida de un rincón remoto de Chile, alcanzó resonancia universal. Gullberg destacó la publicación de Desolación en Nueva York en 1922 y la aparición de Ternura en Madrid en 1924, así como el impacto de Tala en 1938, volumen destinado a ayudar a los niños víctimas de la Guerra Civil española. Subrayó la capacidad de Mistral para convertir la experiencia personal y la maternidad en poesía universal, y concluyó: “Señora Gabriela Mistral: Ha hecho un viaje demasiado largo para un discurso tan corto. En el espacio de algunos minutos, he contado, como un cuento, a los compatriotas de Selma Lagerlöf, la extraordinaria peregrinación que ha realizado para pasar de la cátedra de maestra de escuela al trono de la poesía. Para rendir homenaje a la rica literatura iberoamericana es que hoy nos dirigimos muy especialmente a su reina, la poetisa de Desolación, que se ha convertido en la grande cantora de la misericordia y la maternidad. Le suplico, señora, tenga a bien recibir de manos de Su Majestad real el premio Nobel de Literatura que la Academia Sueca os ha otorgado».
Mujica Láinez describió el instante en que la autora recibió el galardón: “¡Con qué señorío calmo bajó los escalones ella, a quien yo había visto poco antes tan inquieta! ¡Qué apropiada justeza hubo en su leve inclinación delante del Rey y en el lento movimiento de la mano con que agradeció la ovación del público!“.